Milagros de nuetra Señora
Gonzalo de Berceo
Núm.
3: "El Clérigo y la flor" (versión modernizada de
Daniel Devoto, Ed. Castalia, «Odres
Nuevos.», 1976)
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De
un clérigo leemos que era de sesos ido, Como
quiera que fuese al mal acostumbrado, Decir
no lo sabría por qué causa o razón Los
hombres de la villa, y hasta sus compañeros, Pesóle
a la Gloriosa por este enterramiento, Ya
hacía treinta días que estaba soterrado: Te
mando que lo digas: di que mi cancelario Preguntóle
el clérigo que yacía adormentado: Díjole
la Gloriosa: «Yo soy Santa María, El
que habéis soterrado lejos del cementerio Lo
que la dueña dijo fue pronto ejecutado: Salía
de su boca, muy hermosa, una flor, Le
encontraron la lengua tan fresca, y tan sana Vieron
que esto pasó gracias a la Gloriosa, Todo
hombre del mundo hará gran cortesía |
Milagro
núm. XX: "El clérigo embriagado" (versión modernizada de
Daniel Devoto, Ed. Castalia, «Odres Nuevos.», 1976)
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Otro milagro más os querría contar |
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Desde que entró en la orden, desde que fue novicio, |
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Entróse en la bodega un día por ventura, |
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Bien a la hora de vísperas, el sol ya enflaquecido, |
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Aunque sobre sus pies no se podía tener, |
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En figura de toro que anda escalentado, |
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Hacíale malos gestos esa cosa endiablada, |
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Vino Santa María con su hábito honrado, |
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Lo amenazó la dueña con la falda del manto |
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Mas luego al poco rato y a las pocas pasadas, |
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Vino de mala guisa, los dientes regañados, |
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Bien se cuidaba el monje que era despedazado; |
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Entrante de la iglesia en la última grada |
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El monje cuidó allí que era devorado, |
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Decía: «¡Valme, gloriosa Madre Santa María, |
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Apenas pudo el monje la palabra cumplir, |
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«Don alevoso falso, ya que no escarmentáis, |
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Empezóle a dar tamañas palancadas, |
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Decía la buena dueña: «Don falso traïdor, |
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Borróse la figura, se empezó a deshacer, |
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El monje que por todo esto había pasado |
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La Reína preciosa y de precioso hecho |
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Además , cuando lo hubo sobre su lecho echado, |
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Pero esto te mando, de firme te lo digo, |
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Quiero seguir mi vía, salvar algún cuitado, |
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Díjole el hombre bueno: «Dueña, a fe que debéis, |
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Dijo la buena dueña: «Sé tú bien sabedor: |
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Díjole el hombre bueno: «Esto es de creer: |
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Contendía el buen hombre, queríase levantar |
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Por dónde iba Ella él no lo podía ver, |
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La mañana siguiente, venida la luz clara, |
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El maestro a este monje, hecha la confesión, |
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Si antes era bueno, desde allí fue mejor; |
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Al hotro hombre bueno no lo sabría nombrar, |
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Todas las otras gentes, legos y coronados, |
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Todos la bendecían y todos la alababan, |
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Amigos y señores, muévenos esta cosa, |
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Si la servimos bien, todo cuanto pidamos |
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Ella nos dé su gracia, nos dé su bendición, |