Introducción analítica
Agustín
Pérez Zaragoza Godínez (1831)
Sin embargo de que el prolegómeno que antecede pudiera suplir a esta introducción, voy a dar una idea más exacta de la obra, para que el público pueda formar su concepto, y recrearse un momento sin dispendio alguno, leyendo solamente el análisis que le presento con algunas cortas digresiones que le amenicen dictadas por la experiencia; y si por el deseo de orientarle me encontrase algo prolijo, no dudo que, teniendo en consideración el motivo que me impele a ser difuso, me dispensará su indulgencia por premio de mi sinceridad, pues ninguno podrá decirse engañado conociendo lo que compra. Digo, pues, para entrar desde luego en la materia:
Que las personas de un gusto relajado, de una
instrucción escasa, y poco codiciosas de adquirirla, se ocupan comúnmente de
composiciones superficiales y estériles, ya sea en literatura, ya en espectáculos;
mas no así las almas bien organizadas, de un carácter reflexivo y sensible,
que buscan con anhelo las emociones interesantes y aquellos golpes vigorosos
que, dirigiéndose al momento a los resortes del corazón, le causan aquellos
estremecimientos repentinos que los poetas llaman dulces temblores del terror. El Aristarco francés dice que en los
discursos se debe buscar siempre el corazón hasta conmoverle, porque, si por un
movimiento natural no se logra inspirarle terror, placer o compasión, en vano
es presentarle una escena importante, pues con fríos
razonamientos no se hallará más que tibieza y fastidio en todo lector que,
perezoso siempre en aplaudir y dispuesto a dormirse y criticar los esfuerzos
de la retórica, no hallando cosa que ponga en movimiento sus pasiones, arrojará
con enojo el libro y renunciará a volverle a mirar; y, últimamente, dice que
el gran secreto está en agradar v despertar la curiosidad por ver el fin de una
materia que le ha llegado a interesar.
Partiendo, pues, de este principio, escribiré
sólo para las personas de una imaginación viva y exaltada por las impresiones
fuertes, y de una alma sensible. Pretendo fijar su atención presentándoles
cuadros terribles y combinaciones espantosas: trato de reunir bajo ciertos
casos históricos todo lo que el prodigio de la magia, todo lo que los prestigios
de lo maravilloso pueden ofrecer de singular y extraordinario a los ojos de los
hombres.
Al ver estas escenas trágicas tan
sensibles, se estremecerán mis lectores, perderán sus facultades
intelectuales, se inflamará su corazón, su espíritu sufrirá una saludable
inquietud, y, sea que las emociones que experimenten provengan de un gran terror,
sea que resulten solamente de una viva sensibilidad, se recogerá siempre el
fruto de una preciosa meditación.
La lectura de los grandes infortunios del
hombre parece no debe tener el simple objeto de la diversión, sino también
el de preparar el camino con anticipación a todas las desgracias de la vocación
humana. Éste es el modo de precaverse de la adversidad y de familiarizarse
con su imagen, recreándose en contemplar estos cuadros denegridos de nuestra
flaqueza.
Con estas disertaciones rápidas hago la apología
del género de composición que he elegido. No es mi intención la de cautivar
únicamente el ánimo de mis lectores con un fárrago de anécdotas o episodios
quiméricos, forjados por mi imaginación, donde presida exclusivamente el
genio de las ficciones: Nada hay bueno
sino la verdad: sólo ésta es apreciable; y, penetrado de este precepto,
haré que intervengan frecuentemente aventuras reales y verdaderas en estas
páginas históricas consagradas al terror. Por consiguiente, en este proyecto
hermoso a lo Young, en esta Galería fúnebre
de pomposos funerales, no trato de hacer la exhumación de los sueños
nocturnos de la sepulcral Rosdeliff [Radcliffe] ni de los misterios de Udolfo.
Sin embargo, no faltarán críticos de bote y voleo
que nieguen su aceptación a esta obra; mas no desmerecerá por esto la de los
hombres sensatos y de las señoritas que ansíen instruirse y sacar un fruto
saludable de la lectura que eligen para su diversión. Resonará continuamente a
sus oídos el ruido espantoso de metales y cadenas; se paseará su imaginación
por largos pasadizos, cuevas, oscuros subterráneos, donde a la escasa luz de
una lámpara moribunda divisarán un cadáver amoratado, etc. Mas todo esto no
será como las metáforas gigantescas ni los cuentos de niños que suelen
imprimirse; pues bajo las ficciones de la magia, de que me valgo para hacer
mayor la sorpresa que deben causar unos sucesos históricos en sí mismos bien
horrorosos, procuro atacar la superstición, y presentar a mis lectores
acontecimientos que fijen su imaginación viendo pintado al vivo el cuadro de la
debilidad humana, que les obligue a entregarse a la meditación y al dolor, para
sacar el fruto precioso del horror al crimen que reprima sus pasiones.
Si esta obra llegase a manos de un
petimetre, de los
muchos que hay tan ignorantes como afeminados, y que nunca conocieron el
placer de las grandes impresiones del alma, es posible que al momento la
arroje con desprecio sin haberla leído. Siempre tonto, siempre lleno de ámbar
y de insolencia, empalagoso en todas partes, no podrá distraer su vista,
consagrado exclusivamente al tocador, ni recibir sensación alguna, aunque vea
la copa emponzoñada de Rodoguno. Se acreditaría de no tener buen gusto, si la
fragilidad de sus torpes órganos pudiese soportar las fuertes emociones de
una alma sensible. En el momento mismo en que Orestes, cruelmente vendido por
Hermíone, desplega sus furiosos celos con toda la violencia de que es capaz el
amor despreciado, en este momento tan crítico y, tan interesante he visto a un
Adonis de éstos que hoy se conocen bajo los nombres de lechuguinos, merengues,
suspirillos y otros, salir de un palco con la mayor indiferencia y frialdad, haciendo
ruido con aire burlón, y marcharse a hacer señas y carantoñas con
sus gemelos
a otro palco, interrumpiendo la atención de un público ansioso de ver el
resultado de una escena tan importante. Este mono, este ente sin alma tiene
muchos imitadores, y no esperamos merecer su aceptación; al paso que otros,
aunque parezcan de su clase, por ser jóvenes prosélitos de las modas y amantes
de la compostura propia de su juvenil edad, pero sin afectación que los
entregue al ridículo, se dignarán leer con aprecio nuestra Galería fúnebre, y ser clementes con el autor que les consagra
sus tareas históricas para dar un desahogo a sus ocupaciones, y distraer su
imaginación en los vacíos que les permita el estudio de otras obras de mayor
instrucción.
También hay en el bello sexo muchas figureras
remilgadas que, con unos paracaídas por gorros, enamoradas de sí mismas,
llaman a todo el mundo la atención en el palco; y éstas, en la escena más
sorprendente de una pieza, momeras de profesión, revientan de risa, o más bien
afectan reírse, por enseñar el esmalte de sus dientes
y el carmín de sus
labios de rosa, color comúnmente prestado; los chulitos que las rodean,
creyendo remedar lo grande y que hacen un papel interesante, con aire afectado y
ridículo vuelven las espaldas al actor, apuntan
en todas direcciones con su
lente, hacen mil movimientos, se componen el pelo ensortijado, y salen con sus
gesteras del teatro sin poder dar noticia de una tragedia sentimental que acaso
hizo enternecer a todo espectador; mas estas impresiones y los aplausos no son
ya de gente de tono: un caballerito comme
il faut, es decir, un elegante, un
lechuguino, un flamante, un
merengue, debe tener el gusto estragado sobre todas estas cosas, y fuera
vergonzoso tener el menor sentimiento de aquellos que inspira la misma
naturaleza.
¿Cuál será, pues, la consecuencia que deberemos
sacar de estas digresiones satíricas?... Que es inútil escribir para esta
clase de seres que hasta en su figura degeneran de la especie humana: muñecos
almibarados, pajas doradas que nunca fueron más que el simulacro de la
virilidad; su cuerpo y alma, enervados por la relajación física y moral,
apenas pueden sentir sin dolor las suaves vibraciones de una harpa o la catástrofe
sentimental de un romance... Mas volvamos a nuestro texto, y haremos a nuestros
lectores algunas reflexiones filosóficas.
Nadie puede dudar que la molicie de las ideas, las
costumbres afeminadas de la juventud, y las composiciones insignificantes de
literatura influyen de una manera muy perjudicial en el carácter de un pueblo.
Licurgo, este gran legislador, lo había bien conocido cuando, despojando al oro
mismo de todos sus prestigios y trastornando la educación de las jóvenes con
los ejercicios gimnásticos en su edad núbil, supo este grande hombre sustituir
los pensamientos varoniles en el bello sexo a las especulaciones de la avaricia,
a la gazmoñería y a la fingida modestia, aunque, como gentil, faltó a los
cristianos principios, opuestos por su moral a los del gentilismo, sabía muy
bien que la castidad no consiste sólo en las palabras ni en las acciones
exteriores, y que para ser perfecta necesita principalmente estar acompañada de
la pureza del pensamiento y de la austeridad de los principios, para Dios que
conoce los corazones, pues para el mundo suelen pasar frecuentemente por
realidades las apariencias en muchos hombres. La inocencia, en su ingenuidad
natural, deja de serlo cuando se cubre de gasas poco transparentes, y jamás la
verdadera virtud ha podido contrahacerse con gestos ni ficciones, por más que
la hipocresía pretenda enmascararse; pues nunca fue ni podrá ser más que una
sombra de la realidad.
Parecerán ociosas estas reflexiones, porque nuestras
instituciones y costumbres están arraigadas de tal manera que nunca se podrá
intentar refundir el orden social, tomando por modelos los que Licurgo y Solón
introdujeron en Esparta y en Atenas; pero no está menos probado que el
melindre, que la afeminación y la elegancia de nuestras costumbres han
destruido y hecho degenerar el carácter y espíritu nacional, y que, para
imitar el paralelo de Plutarco cuando dice que Roma
de cabaña fue invencible, y Roma de mármol fue vencida, fuera necesario
exterminar una generación y formar así la que la sucediese desde el pecho de
las madres; no hubieran cambiado muchas ciudades sus laureles por dignidades
aparentes y opulentas si hubiesen sostenido el carácter de bronce que se les ciñó;
y a ejemplo de Atenas, según la expresión de Temístocles, no hubieran visto
el humo del campo de los enemigos.
Mas sin necesidad de citar los torrentes de
sangre humana que derramó Sila en la Cerámica, y sin poner en contribución
los monstruosos excesos de los antiguos, tendríamos más que sobrado en los
siglos modernos, particularmente aquellos de que Shakespeare, el trágico inglés,
tomó también sus sombras ensangrentadas.
¡Ah! Lejos de faltarnos materia, ¿no tenemos
bastante recorriendo las atrocidades que han cometido los puñales en otras épocas
más modernas? Y, últimamente, en defecto de estos horrores, la extravagancia
sola de los acontecimientos de la vida, ¿no nos suministraría materiales para
escribir mil volúmenes? Las muchas y largas guerras de veinticinco años a esta
parte, ¿no pueden darnos infinitos sucesos y desgracias para formar nuestra Galería
fúnebre? La Europa moderna es una fuente inagotable de fenómenos y de
prodigios innumerables; y, sea que coloquemos la escena en la abrasadora Andalucía,
sea que nos transportemos a la mortífera Calabria, bajo los fuegos del cielo
italiano, por todas partes nos lisonjeamos de poder inspirar el mayor interés.
El lector que fuese codicioso de sensaciones fuertes,
que nos siga a la luz opaca de nuestras lámparas lúgubres, hasta aquellas
sinuosidades pérfidas y catacumbas infernales: le serviremos de guía tutelar,
preservaremos su rostro de las aves nocturnas que allí revolotean, le
guardaremos
de aquellos reptiles que allí lanzan su dardo venenoso; y si el
grito lúgubre de las víctimas que en estos parajes yacen apiladas llegase a
herir sus oídos y llenarle de terror, haremos que desaparezcan; y, en fin, si
le horrorizásemos con tan tristes páginas, también le demostraremos los
efectos de la física, revelándole el secreto impostor del galvanismo de los
antiguos egipcios, con el que fanatizaban a los pueblos, presentándoles cadáveres
movibles. Esto es lo que hizo Mahoma, aunque de otro modo, mandando se le
colocase después de muerto en su sepulcro de acero, debajo de una piedra de imán,
para divinizar sus cenizas y su nombre con una ascensión prodigiosa.
«Vamos, dirá una señorita literata que se digne
tomar esta obra en sus manos, ya conozco la idea del autor: éste quiere poner a
prueba el valor y sensibilidad de sus lectores.» Y, en efecto, no es otra mi
intención al proponerme divertirlos y a la vez instruirlos con hechos históricos
de los tristes efectos de una pasión desordenada. Desgraciada la joven que,
hallándose sola en su cuarto y casa de retiro, en medio de un desierto lleno de
malezas y bosques, y no teniendo otra música que los gritos lamentosos de
lechuzas y mochuelos en una noche tempestuosa, tuviese el arrojo de ponerse a
leer nuestra Galería fúnebre: ya veo
erizados sus cabellos y palpitar agitadamente su corazón de una fuerte opresión;
sus ojos, imagen del terror, verán revolotear de repente fantasmas espantosas
detrás de su asiento.... un espectro extraordinario en la alcoba, y los
dobleces de las cortinas se convertirán en figuras horrorosas; verá cruzar
duendes por todas partes, y hasta en la chimenea resonará el ruido sorprendente
de cadenas estrepitosas... Tal será el estado, en fin, en que se halle su
imaginación que todo para ella se
transformará en visiones . En momento tan crítico llegará Jazmín, el criado
con la cena... Josefina, la doncella, se presentará con el traje que su señorita
acostumbra ponerse de noche, y... ¡ah monstruos inhumanos!... ¡su ama, ya
enajenada, ha tomado al primero por un espíritu malhechor, y a Josefina por una
de aquellas apariciones fatales que hacen el suplicio eterno de un asesino!!!
... El terror infundado de nuestra lectora es ya tal que la decide a llamar a
toda la familia: tira de la campanilla, prorrumpe en descompasados gritos, se
acongoja, y, en fin, todas las sombras de su aposento son en su imaginación
cuerpos animados. Hasta el gato es para ella un ser mágico sospechoso; mas
esforzándose Jazmín y Josefina en hacerla volver de su error, logran ya
por último ser conocidos.
Tal será sin duda el terror saludable que inspirará
esta obra al joven que la lea a solas en altas horas de la noche, causándole
después la risa más deliciosa el mismo convencimiento de sus ilusiones,
quedando enteramente persuadido de los efectos que produce una imaginación
exaltada por el miedo y el terror, contra los que escribimos, envolviendo la
historia con los casos verdaderos que hemos sacado de ella; y mayor será el
placer y diversión de una tertulia cuando se miren unos a otros las caras
macilentas, desencajadas, y pintados en ellas el asombro y el espanto, haciendo
en alta voz su lectura. Reflexionemos más.
La situación de esta señorita, sola en su
cuarto, de noche, y en medio de un despoblado inmediato a los montes de la
aldea, debe ser muy crítica, si, llevada de la afición a esta clase de obras
horrorosas, se le antoja tomar un tomo de la nuestra ínterin la rinde el sueño.
Es medianoche..., ¡hora fatal del crimen y del silencio!!!! ... Este es el
precioso momento que ha escogido para leer la Galería fúnebre; pero apenas ha llegado a leer algunas páginas cuando ya
su respiración es interceptada: su inquietud la hace mirar a todos lados: un
temblor penoso se apodera de sus sentidos: sus vestidos colgados de una percha
son ya en su espíritu aturdido y aterrado objetos fantásticos que la amenazan
con sus miradas. Su gorro y su sombrero, adornados de guirnaldas de flores, a
través de la sombra de la luz toman la figura de dragones volando; y, en fin,
hasta su arpa en la oscuridad se la transformará en una horrorosa prisión con
grandes cerrojos; mas pluguiese a Dios que su imaginación no formase más
objetos que acrecentasen su terror. La pobre niña había almorzado de un pavo
asado que la criada se olvidó de retirar, y, revestido este animal de todos los
colores de la prevención, se convierte a sus ojos en una cabeza lívida y
ensangrentada, dividida de su cuerpo el día anterior por la cuchilla del
verdugo; y, para colmo de su desgracia, el viento que agita y hace crujir las
puertas la hace ya creer que una cuadrilla de asesinos sube
sordamente la escalera... En peligro tan inminente, su primer pensamiento es el
de precipitarse fuera de la cama... Se arroja en efecto de ella, y con el
aturdimiento y celeridad de sus movimientos trastorna la luz, se enreda con las
cortinas, y no duda que la detiene una mano homicida para degollarla... Quédase
inmóvil, tiembla, agítase más y más la palpitación de su corazón, y cae
por último desmayada... Anúnciase la aurora, y, al presentarse el brillante
astro luminoso, vuelve en sí despavorida y ojerosa después de tantas angustias
y temores; respira ya con libertad, tranquílizase su abatido espíritu, y,
examinando los autores ideales y quiméricos de sus visiones, se ríe, se
admira, se burla, se avergüenza de su pusilanimidad... Pero..., ¡vaya una
introducción!, dirán algunos al ver estas digresiones: mas no es intempestivo
lo que ilustra sobre la materia y efectos que debe producir una obra; y en caso
de ser demasiado prolijo un autor en sus prólogos, siempre merecerá la
indulgencia de sus lectores, cuando su profusión se dirija a manifestar su
buena fe y sinceridad, y darles la muestra del paño que compran. He concluido.
Aquí tenéis, pues, amados lectores míos,
los lisonjeros resultados que esperamos obtener de la presente obra. Ningún
elogio más grato podréis ofrecernos que el de confesar habéis hallado
horrorosas nuestras sombras. Si con estas sangrientas narraciones podemos lograr
que cualquier joven se eleve en su silla sin atreverse a volver la cabeza,
temerosa de hallarse en todas direcciones con una garra infernal, de ver unos
ojos vomitando fuego, y que mil espectros se acercan para hacerla polvo... En
una palabra, si, leyendo nuestra Galería
fúnebre, no ve sino figuras espantosas forjadas por su imaginación
exaltada; si en sueños o a través
de las sombras de la noche no se figura rodeada de veinte puñales levantados
sobre su cabeza, y miembros palpitantes por el suelo, manchas de sangre en sus
almohadas y, últimamente, su cama transformada en un horroroso patíbulo...,
entonces, llevado de mi enojo y desaliento, arrojaré al fuego mi pluma y
renunciaré para siempre al arte de mis prestigios; mas.... aunque se mire como
un arrojo, contrario a la modestia debida, confesaré francamente que me
inspiran mucha confianza mis talismanes, y que espero lograr de esta obra histórica
los efectos que tantos crímenes deben producir en el corazón humano, con el
auxilio de la ficción en la parte que abraza lo sobrenatural y maravilloso.
Empezaremos, pues, por tender los negros crespones y
espesas gasas de la magia para llenar de cipreses nuestra Galería: prepararemos la seriedad: reuniremos los ceños y
sobrecejos cadavéricos, los patíbulos, los suplicios, los tormentos y todos
los ardides de la ficción, como cuevas, subterráneos y demás asilos del
crimen. Venga la historia a ilustrarnos, y concurra todo a darnos una idea capaz
de llenar nuestro objeto. Con estos elementos podremos ofrecer a nuestros
lectores una obra nueva en su clase, que envuelva la ficción con la verdad y
que no sólo les divierta, sino que les instruya de lo que ha sido y es capaz la
debilidad humana. Su lectura será útil a la juventud, y más al débil que al
sexo fuerte, para despreciar las necias aprensiones que desde la cuna producen
el error y la timidez por la torpe credulidad de los criados y nodrizas,
transmitiéndosela a los niños en sus cuentos de brujas, duendes, fantasmas y
muertos resucitados, pues por este medio se convencerán de ser en su mayor
parte una ficción de la óptica, sostenida por la ignorancia, que supone
verdaderas las ilusiones de la imaginación; y, últimamente, con la parte histórica
verán en acción su sensibilidad para huir y detestar el crimen, reprimir sus
pasiones y evitar se repitan delitos y catástrofes
que tanto afligen a la
humanidad.
A falta de sucesos tan horrorosos como los que hemos
tomado de la historia, recurriríamos a las
terribles avocaciones y sangrientas estratagemas de las Pitonisas de la
Grecia; pues, llevando al colmo el aspecto de nuestras historias trágicas, es más
fácil inspirar a todo lector los dulces efectos del terror que siempre hicieron
la delicia de las almas sensibles.