Milagros de nuetra Señora

Gonzalo de Berceo

Núm. 3: "El Clérigo y la flor" (versión modernizada de Daniel Devoto, Ed. Castalia, «Odres Nuevos, 1976)

101




102
  
  
  

103
  
  
  

104
  
  
  

105
  
  
  

106
  
  
  

107
  
  
  

108
  
  
  

109
  
  
  

110
  
  
  

111
  
  
  

112
  
  
  

113
  
  
  

114
  
  
  

115
  
  

De un clérigo leemos     que era de sesos ido,
y en los vicios del siglo    fieramente embebido;
pero aunque era loco    tenía un buen sentido:
amaba a la Glorosa    de corazón cumplido.

Como quiera que fuese    al mal acostumbrado,
en saludarla siempre    era bien acordado;
y no iría a la iglesia,    ni a otro mandado
sin que antes su nombre    no hubiera aclamado.

Decir no lo sabría    por qué causa o razón
(nosotros no sabemos    si se lo buscó o non)
dieron sus enemigos    asalto a este varón
y hubieron de matarlo,    déles Dios su perdón.

Los hombres de la villa,    y hasta sus compañeros,
que de lo que pasó    no estaban muy certeros,
afuera de la villa,    entre unos riberos
se fueron a enterrarlo,    mas no entre los diezmeros.

Pesóle a la Gloriosa    por este enterramiento,
porque yacía su siervo    fuera de su convento;
aparecióse a un clérigo    de buen entendimiento
y le dijo que hicieron    un yerro muy violento.

Ya hacía treinta días    que estaba soterrado:
en término tan luengo    podía ser dañado;
dijo Santa María:    «Es gran desaguisado
que yazga mi notario    de aquí tan apartado.

Te mando que lo digas:    di que mi cancelario
no merecía ser    echado del sagrario;
diles que no lo dejen    allí otro treintenario
y que con los demás    lo lleven al osario.»

Preguntóle el clérigo    que yacía adormentado:
«¿Quién eres tú que me hablas?    dime quién me ha mandado,
que cuando dé el mensaje,    me será demandado
quién es el querelloso,    o quién el soterrado».

Díjole la Gloriosa:    «Yo soy Santa María,
madre de Jesucristo    que mamó leche mía;
el que habéis apartado    de vuestra compañía
por cancelario mío    con honra lo tenía.

El que habéis soterrado    lejos del cementerio
y a quien no habéis querido    hacerle ministerio
es quien me mueve a hacerte    todo este reguncerio:
si no lo cumples bien,    corres peligro serio.»

Lo que la dueña dijo    fue pronto ejecutado:
abrieron el sepulcro    como lo había ordenado
y vieron un milagro    no simple, y sí doblado;
este milagro doble    fue luego bien notado.

Salía de su boca,    muy hermosa, una flor,
de muy grande hermosura,    de muy fresco color,
enchía toda la plaza    con su sabroso olor,
que no sentían del cuerpo    ni un punto de hedor.

Le encontraron la lengua    tan fresca, y tan sana
como se ve la carne    de la hermosa manzana:
no la tenía más fresca    cuando a la meridiana
se sentaba él hablando    en medio la quintana.

Vieron que esto pasó    gracias a la Gloriosa,
porque otro no podría    hacer tamaña cosa:
trasladaron el cuerpo,    cantando Specïosa,
más cerca de la iglesia     a tumba más preciosa.

Todo hombre del mundo     hará gran cortesía
si hiciere su servicio     a la Virgo María:
mientras vivo estuviere,      verá placentería
y salvará su alma     al postrimero día.

 

Milagro núm. XX: "El clérigo embriagado" (versión modernizada de Daniel Devoto, Ed. Castalia, «Odres Nuevos.», 1976)


461

  Otro milagro más   os querría contar
que aconteció a un monje     de hábito reglar:
él demonio lo quiso     duramente espantar,
mas la Madre gloriosa    súposelo vedar.

 462

  Desde que entró en la orden,   desde que fue novicio,
a la Gloriosa siempre   gustó prestar servicio:
guardóse de locura   y de hablar de fornicio,
pero hubo al final   de caer en un vicio.

463 

  Entróse en la bodega   un día por ventura,
bebióse much vino   sin ninguna mesura;
emborrachóse el loco,   salió de su cordura,
yació hasta las vísperas   sobre la tierra dura.

 464

  Bien a la hora de vísperas,   el sol ya enflaquecido,
recordó malamente,   caminaba aturdido,
salió para la claustra   casi sin un sentido;
todos se dieron cuenta   de que había bebido.

 465

  Aunque sobre sus pies   no se podía tener,
iba para la iglesia,   como solía hacer;
el demonio le quiso   zancadilla poner
porque se lo cuidaba   fácilmente vencer.

 466

  En figura de toro   que anda escalentado,
cavando con los pies,   el ceño demudado,
con fiera cornadura,   muy sañoso y airado,
parósele delante   ese traidor probado.

 467

  Hacíale malos gestos   esa cosa endiablada,
que le pondría los cuernos   en medio la corada;
el buen hombre tomó   una mala espantada,
mas le valió la Santa   Reína coronada.

 468

  Vino Santa María   con su hábito honrado,
tal, que de hombre vivo   no sería apreciado;
metióseles por medio,   entre él y el pecado,
y el toro tan soberbio   quedó luego amansado.

 469

  Lo amenazó la dueña   con la falda del manto
y esto fue para él   muy pesado quebranto;
huyó y se desterró   haciendo muy gran planto
y quedó el monje en paz,   gracias al Padre Santo.

 470

  Mas luego al poco rato   y a las pocas pasadas,
antes de que empezase   a subir por las gradas,
lo acometió de nuevo   con figuras pesadas,
a manera de can   hiriendo a colmilladas.

 471

  Vino de mala guisa,   los dientes regañados,
con el ceño muy turbio,   los ojos remellados,
para hacerlo pedazos,   espaldas y costados:
«Mezquino --dijo él--, graves son mis pecados.»

 472

  Bien se cuidaba el monje   que era despedazado;
estaba en fiera cuita   y andaba desmayado;
valióle la Gloriosa,   ese cuerpo adonado,
y lo que hizo el toro   por el can fue imitado.

 473

  Entrante de la iglesia   en la última grada
lo acometió de nuevo   la tercera vegada
en forma de león,   una bestia dudada,
que traía tal fiereza   que no sería pensada.

 474

  El monje cuidó allí   que era devorado,
porque en verdad veía   un encuentro pesado,
y que esto le era peor   que todo lo pasado:
dentro en su voluntad   maldecía al pecado.

 475

  Decía: «¡Valme, gloriosa   Madre Santa María,
válgame la tu gracia   ahora en este día,
que estoy en gran afrenta,   en mayor no podría!
¡Madre, no pares mientes   en la locura mía!»

 476

  Apenas pudo el monje   la palabra cumplir,
vino Santa María como   solía venir,
con un palo en la mano   para el león herir;
púsoseles delante   y empezó a decir:

 477

  «Don alevoso falso,   ya que no escarmentáis,
hoy os habreé de dar   lo que me demandáis:
bien lo habréis de comprar   antes de que os vayáis;
a quien movisteis guerra   quiero que lo sepáis.»

 478

  Empezóle a dar   tamañas palancadas,
no podían las menudas e   scusar las granads;
padecía el león   a buenas dineradas,
nunca tuvo en sus días   las cuestas tan sobadas.

 479

  Decía la buena dueña:   «Don falso traïdor,
que siempre andas en mal   y eres de al señor,
si te vuelvo a encontrar   por este derredor,
de lo que ahora tomas   tomarás aún peor.»

 480

  Borróse la figura,   se empezó a deshacer,
nunca más se atrevió   al monje a escarnecer;
buen tiempo le llevó   curar y reponer,
y estaba muy contento   de desaparecer.

 481

  El monje que por todo   esto había pasado
de la carga del vino   aún no estaba aliviado,
que el vino con el miedo   lo tenían tan sobado
que tornar no podía   al lecho acostumbrado.

 482

  La Reína preciosa   y de precioso hecho
tomólo por la mano,   llevólo para el lecho,
cubriólo con su manta   y con el sobrelecho,
so la cabeza púsole   el cabezal derecho.

 483

  Además , cuando lo hubo   sobre su lecho echado,
lo signó con su diestra,   y fue bien santiguado;
dice: «Amigo, descansa,   que estás muy fatigado;
con un poco que duermas   quedarás descansado.

 484

  Pero esto te mando,   de firme te lo digo,
mañana a la mañana   ve a Fulano, mi amigo;
confiésate con él   y estarás bien conmigo,
porque es muy buen hombre,   y darte ha buen castigo.

 485

  Quiero seguir mi vía,   salvar algún cuitado,
porque ésa es mi delicia,   mi oficio acostumbrado;
quédate tú bendito   y a Dios encomendado,
pero no se te olvide   lo que yo te he mandado.»

 486

  Díjole el hombre bueno:   «Dueña, a fe que debéis,
que tan grandes mercedes   en mí cumplido habéis,
quiero saber quién sois,   o qué nombre tenéis,
porque yo gano en ello,   y vos nada perdéis.»

 487

  Dijo la buena dueña:   «Sé tú bien sabedor:
yo soy la que parí   al vero Salvador
que por salvar al mundo   sufrió muerte y dolor,
al que hacen los ángeles   servicio y honor.»

 488

  Díjole el hombre bueno:   «Esto es de creer:
de Ti podría, Señora,   esta cosa nacer.
Dejáteme, Señora,   por mí los pies tañer,
que nunca en este mundo   veré tan gran placer.»

 489

  Contendía el buen hombre,   queríase levantar
por hincarse de hinojos   y por sus pies besar;
mas la Virgo gloriosa   no lo quiso esperar,
quitósele de ojos,   tuvo él gran pesar.

 490

  Por dónde iba Ella   él no lo podía ver,
mas veía grandes lumbres   en redor de Ella arder;
por nada la podía   de sus ojos toller,
y era bien que así fuere,   pues le hizo gran placer.

 491

  La mañana siguiente,   venida la luz clara,
buscó al hombre bueno   que Ella le mandara:
hizo su confesión   con humildosa cara,
y no le celó un punto   de cuanto que pasara.

 492

  El maestro a este monje,   hecha la confesión,
diole consejo bueno   y diole absolución;
puso Santa María   en él tal bendición
que valió más, por él,   esa congregación.

 493

  Si antes era bueno,   desde allí fue mejor;
a la Santa Reína,   Madre del Crïador,
amóla siempre mucho   hízole siempre honor;
fue feliz aquél que Ella   acogió en su amor.

 494

  Al hotro hombre bueno   no lo sabría nombrar,
al que Santa María   lo mandó maestrar;
amor cogió tan firme   de tanto la amar
que dejaría por Ella   su cabeza cortar.

 495

  Todas las otras gentes,   legos y coronados,
clérigos y conónigos,   y los escapulados,
fueron de la Gloriosa   todos enamorados,
que sabe socorrer   tan bien a los cuitados.

 496

  Todos la bendecían   y todos la alababan,
las manos y los ojos   a Ella los alzaban,
referían sus hechos   y sus laudes cantaban,
los días y las noches   en eso los pasaban.

 497

  Amigos y señores,   muévenos esta cosa,
amemos y alabemos   todos a la Gloriosa;
nunca echaremos mano   en cosa tan preciosa
que tan bien nos socorra   en hora peligrosa.

 498

  Si la servimos bien,   todo cuanto pidamos
lo ganaremos todo,   bien seguros seamos:
aquí lo entenderemos,   bien antes que muramos,
que lo que allí metiéramos   harto bien lo empleamos.

 499

  Ella nos dé su gracia,   nos dé su bendición,
nos guarde de pecado   y de tribulación,
de nuestras liviandades   gánenos remisión,
que no vayan las almas   nuestras en perdición.