I. El "Quijote"
dentro del "Quijote"
Don Quijote daba muestras de estar en su entero juicio -a fin de
asegurarse de ello, el cura y el barbero van a visitarle y conversan
amigablemente con él (capítulo 1). Cuando hablan del tema caballeresco, Don
Quijote prueba que su enfermedad mental está muy lejos de haberse curado.
Sancho Panza entra en la casa de Don Quijote. Cuenta a su amo que acaba
de regresar al lugar el bachiller Sansón Carrasco, que viene de estudiar en
Salamanca, y que le ha dicho que ha aparecido un libro titulado "El
Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha" (II,2).
Sansón Carrasco visita a Don Quijote y le da noticia del libro, sobre él
que expresa las opiniones de diferentes lectores -Cervantes nos va repitiendo
aquí las diversas opiniones que habría recogido sobre su novela (II,3).
II. Don Quijote y Sancho
salen de la aldea
Don Quijote decide salir por tercera vez con Sancho (II,5). La conversación
de despedida entre Sancho y su mujer.
III. En el Toboso
Don Quijote quiere solicitar licencia y bendición de Dulcinea, y para
esto se encamina al Toboso. Llegan a medianoche, después de una larga
conversación entre amo y criado, en la que Sancho ha mantenido y adornado con más
detalles su hábil mentira del mensaje a Dulcinea.
Don Quijote quiere buscar el alcázar de Dulcinea, con gran indignación
de Sancho que sostiene que no hay tal en el Toboso pero Don Quijote distingue en
la oscuridad un bulto que hace una gran sombra, se empeña en que se trata del
palacio de Dulcinea y se encaminan hacia allí..
IV. Sancho y Dulcinea Encantada
Sancho es temeroso de que Don Quijote descubra la mentira de su mensaje a
Dulcinea, logra que salgan del Toboso y se instalen en un encinar. Desde allí
envía Don Quijote a Sancho nuevamente al Toboso con el encargo de solicitar de
Dulcinea licencia para que el caballero la vea y reciba su bendición. Sancho se
separa de su amo y, sentado al pie de un árbol, hace unas largas reflexiones
sobre su comprometida situación. Sancho ve que por el camino, viniendo del
Toboso, se acercan tres labradoras montadas en tres borricos.
Sancho corre hacia Don Quijote y le anuncia que se aproxima Dulcinea,
ricamente ataviada y acompañada de dos de sus doncellas. Don Quijote no lo pone
en duda, sale al camino y manifiesta a Sancho que sólo ve a tres labradoras
montadas en tres borricos.
Sancho extrema su admiración y se arrodilla ante una de las labradoras y
le habla imitando lo mejor que puede los términos caballerescos que suele usar
Don Quijote. Don Quijote está estupefacto porque ve a tres labradoras pero
entonces cree comprender que el maligno encantador que le persigue ha puesto
"nubes y cataratas" en sus ojos y ha transformado la hermosura de
Dulcinea en la vulgaridad de una labradora. Las labradoras siguen su camino y
Don Quijote y Sancho comentan el incidente. Sancho porfía en que se trataba de
tres altas damas, y pondera la belleza, riqueza, y buen olor de Dulcinea. Don
Quijote confiesa, desazonado, que no ha conseguido ver sino tres labradoras y
que Dulcinea era fea y olía a ajos.
V.
Evolución de la Locura de Don Quijote
La
situación del episodio de las tres labradoras es exactamente contraria a las
que se nos han ofrecido en la primera parte, donde Don Quijote, ante la realidad
vulgar y corriente, se imaginaba un mundo ideal y caballeresco. Hasta ahora lo
normal ha sido que Don Quijote sublime en valores de belleza y heroísmo lo que
es corriente, anodino, e incluso vil y bajo -pero ahora este aspecto se ha
invertido -Sancho, que antes había intentado de hacerle ver la realidad ahora
le pone ante tres feas aldeanas y sostiene que son hermosas damas. Los papeles
se han invertido.
VI. La Carreta de las Cortes
de la Muerte
Siguiendo su camino Don Quijote y Sancho topan con un carro en el que van
extraños e insólitos personajes: guía las mulas un demonio y dentro viajan la
muerte, un ángel, un emperador, Cúpido, un caballero, y otras personas. Todo
esto sobresalta a Don Quijote, que exige que digan qué gente es y a dónde van.
El diablo explica que son una compañía de cómicos que van de pueblo en pueblo
ofreciendo el auto-sacramental de "Las Cortes de la Muerte," que
aquella mañana han representado en un lugar próximo, y como por la tarde lo
tienen que volver a representar en otra aldea muy cercana, no se han quitado los
disfraces.
Don Quijote platica con los cómicos, pero Rocinante, espantado por una
burla que hace un mamarracho con unas vejigas, echa a correr y derriba a su dueño.
Otro de la compañía la emprende con el asno de Sancho. Don Quijote estaba
dispuesto a acometer a los cómicos, que lo esperaban con piedras en la mano,
pero Sancho le hizo ver que se trataba de una temeridad luchar contra un escuadrón
en el que figuraban la Muerte, emperadores, y ángeles buenos y malos, y ningún
caballero andante (II,11). El episodio termina sin más complicaciones, y da
lugar a una ingeniosa conversación entre Don Quijote y Sancho.
VII.
El Caballero de los Espejos o del Bosque (capítulo XII)
Todas las personas sensatas han estado diciendo y repitiendo a Don
Quijote que en el mundo no existen caballeros andantes, por lo menos en tiempos
modernos, y que no son más que fantasías de los autores de libros vanos y
mentirosos. Pero la noche siguiente con gran sorpresa de Don Quijote y Sancho
encuentran a un caballero andante, armado de todas sus armas, melancólico, y
enamorado de una dama llamada Casildea de Vandalia, a la que canta un soneto -va
además, acompañado de su escudero. Se trata del Caballero de los Espejos, que
habla con Don Quijote, mientras Sancho departe amigablemente con el escudero
(II,13). Los caballeros discuten sobre la belleza de las respectivas damas y
deciden zanjar el problema mediante una batalla singular que deberá celebrarse
en cuánto amanezca.
Al clarear Sancho se sorprende por la extraordinaria desmesura de las
narices del escudero. El Caballero del Bosque lleva el rostro cubierto con la
celada, y se niega a mostrarlo cuando Don Quijote se lo pide. Luchan ambos y Don
Quijote derriba por el suelo a su adversario. Entonces, cuando Don Quijote le
quita el yelmo para ver si estaba muerto y le descubre la cara, se encuentra con
el rostro del bachiller Sansón Carrasco. Ello sorprende también a Sancho, que
se queda estupefacto cuando ve al otro escudero sin narices y que, sin tan
desmesurado aditameno, no es otro que Tomé Cecial, su compadre y vecino. Don
Quijote llega a la conclusión de que se trata de una nueva jugarreta de los
encantadores que le persiguen, que para quitarle la gloria de la batalla ganada
han convertido al Caballero de los Espejos en el bachiller y a su escudero en
Tomé Cecial. A pesar de ello impone a su adversario que confiese que Dulcinea
es más hermosa que Casildea de Vandalia y que se encamina hacia El Toboso para
ponerse a la voluntad de Dulcinea.
Inserta Cervantes un brevísimo capítulo (II,15) para aclarar al lector la
aventura pasada: Sansón Carrasco, de acuerdo con el cura y el barbero, se había
disfrazado de caballero andante con la intención de buscar a Don Quijote,
obligarle a combatir, vencerle, y exigirle que se volviera a su pueblo y no
saliera de él en dos años. Tomó como escudero al vecino de Sancho Panza,
desfigurando con unas narices postizas, y salió en busca de Don Quijote; pero
sucedió al revés de como se imaginaba, y él fue el vencido. Como consecuencia
de ello Sansón Carrasco, irritado por su fracaso, se propuso volver a buscar a
Don Quijote, ahora ya no sólo para hacerle entrar en juicio, sino también para
vengarse de él.
VIII. Con el Caballero
Comentando
Sancho y Don Quijote la transformación del Caballero de los Espejos y su
escudero en Sansón Carrasco y Tomé Cecial, son alcanzados por un hombre
montado en una yegua, vestido de un gabán de paño verde fino, con quien
deciden hacer la ruta y con quien departen reposadamente. Se trata de don Diego
de Miranda, a quien Cervantes llama el Caballero del Verde Gabán -prototipo de
persona discreta, instruída, acomodada, de buenas y sanas costumbres, que se
admira de la locura de Don Quijote, aunque oponga al afán de aventuras de Don
Quijote, su vida plácida, ordenada, y libre de sobresaltos.
Luego invita a Don Quijote a su casa, en una aldea próxima, donde su
hijo, joven dado a la poesía, mantiene pláticas literarias con Don Quijote,
quien así pone de manifiesto otra vez su agudo criterio, siempre tan sensato y
tan culto mientras no se toque su manía caballeresca.
Pero mientras viajan con el Caballero del Verde Gabán acaece la aventura de
los leones (II,17). Se encuentran con un carro en el que son conducidos dos
bravos leones de Orán, que son llevados a la corte para ser ofrecidos al Rey.
Con gran espanto de Sancho y de don Diego de Miranda, y a pesar de las
amonestaciones y suplicas del leonero, Don Quijote se hace abrir la jaula del león
macho, y espera valientemente que salga para luchar con él. Los leones han
perdido aquella fiereza de los leones de los libros de caballerías, este león
no tiene ganas de luchar con Don Quijote.
IX. Las Bodas de Camacho
Como un descanso en la busca de aventuras se coloca aquí el episodio de la
historia sentimental de Basilio el pobre, Quiteria la hermosa, y Camacho el rico
(II,19-21). Comacho, gracias a su gran fortuna, ha logrado la mano de la moza,
de la que está enamorado Basilio. Se preparan unas magníficas bodas. Basilio
sale al paso de los contrayentes y con voz trémula y ronca recuerda a la
ingrata Quiteria sus promesas, y tras un emocionado parlamento se traspasa con
un estoque y queda bañado en sangre -todos creen que Basilio va a morir muy
pronto. El mozo, con voz desmayada, pide a Quiteria que en este último trance
de su vida le dé la mano de esposa, y asegura que si no se hace así, no se
confesará.
El propio Camacho, para que no se pierda el alma de Basilio por considerársele
suicida, accede a que Quiteria junte sus manos con las del que parece moribundo
y que el cura les eche la bendición. Apenas lo ha hecho, Basilio se levanta
ligeramente del suelo mientras los circunstantes maravillados, gritan "!Milagro,
milagro!" -a lo que Basilio responde "No milagro, milagro, sino
industria, industria!" (II,21). O sea, ingenio traza engañosa porque, en
efecto, el joven despreciado se había acomodado en su cuerpo un canuto lleno de
sangre, que atravesó con el estoque con tal habilidad que todos creyeron que se
había herido mortalmente. Gracias a esto Basilio logró casarse con Quiteria; y
cuando Camacho y sus parientes tomaron las espadas para atacar al astucioso mozo,
Don Quijote intervino a su favor con un parlamento lleno de buen sentido.
X. Aventura de la Cueva de
Montesinos
Don Quijote deseoso de visitar la cueva de Montesinos, próxima a una de
las lagunas de Ruidera, donde nace el Guadiana; consigue como guía al primo de
un licenciado que antes había encontrado en el camino (II,19), hombre
pintoresco al que Cervantes llamará simplemente El Primo. Se trata de una
especie de la erudición ya que este chiflado personaje está escribiendo un
libro que se llamará "Metamorfoseos" u "Ovidio español" en
el que explica quienes fueron la Giralda de Sevilla, los Toros de Guisando, la
Sierra Morena, las fuentes de Leganitos, y de Lavapies de Madrid, etc. Este loco
de la erudición hace muy buenas migas con Don Quijote, a quien toma en serio
incluso cuando dice los mayores disparates y de cuyo juicio no duda jamás.
Guiados por el Primo llegan Don Quijote y Sancho a la cueva de Montesinos.
Bajaron a Don Quijote a la cueva y media hora después el Primo y Sancho tiraron
de la cuerda y sacaron a Don Quijote completamente dormido (II,22).
Una vez hubo despertado explicó a sus dos oyentes lo que había visto en
la cueva. Don Quijote, en esta aventura, ha tenido en la cueva un sueño
completamente de acuerdo con sus fantasías caballerescas e inspirado en un
episodio parecido a "Las sergas de Esplandián."
El
sueño de Don Quijote: él se encontró en un maravilloso palacio en el que le
recibió un anciano de largas barbas que resultó ser Montesinos, gran amigo de
Durandarte, caballero muerto en Roncesvalles, cuyo cuerpo estaba allí tendido
sobre un sépulcro de mármol. Apareció un cortejo de doncellas enlutadas,
acompañando a Belerma, la dama de
Durandarte. Montesinos explicó que todos ellos y otros más -la reina Ginebra,
Lanzarote, etc. -estaban en aquel maravilloso palacio encantados por Merlín y
en espera de ser desencantados por Don Quijote de la Mancha. Don Quijote vio
luego, "saltando y brincando como cabras" a tres labradoras que
resultan ser Dulcinea del Toboso y sus dos acompañantes, en la misma figura que
las vio cuando se las mostró Sancho, que hace poco, según dice Montesinos, que
llegaron allií y están asimismo encantadas. Dulcinea, por medio de una de sus
acompañantes, pide a Don Quijote que le preste bajo fianza seis reales, y el
caballero, aunque extrañado de que los encantadores necesitan dinero, le da
todo lo que lleva, que son sólo cuatro reales. Ni Don Quijote ni el Primo
reconocen que sea un sueño, pero Sancho sí.
XI. El Retablo de Maese Pedro
Don Quijote, Sancho, y el Primo llegan a una venta “no sin gusto de
Sancho.” A la venta llega un maese Pedro, con casi media cara tapada con un
tafetón –es recibido con gran alegría por el ventero, porque lleva un mono
adivino y un teatrillo portátil de títeres. Es grande la sorpresa de Don
Quijote y Sancho cuando el mono hace como si hablara al oído de Maese Pedro.
Maese Pedro entonces se arroja a los pies de Don Quijote, llamándole por su
nombre y saludándole como el “resuscitador insigne de la y puesta en olvido
andante caballero” (II,25). El mono, siempre a través de su amo, responde
preguntas de Don Quijote, y finalmente, montado el teatrillo, se hace una
representación de títeres, en la que Maese Pedro es ayudado por un muchacho.
Se trata de un teatro de marionetas muy parecidas al de los que todavía
se conservan en Sicilia. Maese Pedro ofrece a los que se encuentran en la venta
la historia de Gaiferos y Melisendra según los romances que circulaban sobre
estos personajes del ciclo Carolingio. Don Quijote presencia la representación
con serenidad y agudo, y hace comentarios muy atinados –pero cuando la pareja
Giferos y Melisendra huye de Sansuena persiguida por los moros, Don Quijote
desenvaina la espada y arremete a cuchilladas con los títeres, estropeando gran
parte de ellos y derribando todo el teatrillo o retablo. Tranquilizando Don
Quijote, confiesa que los encantadores que le persiguen le hicieron creer que
las figurillas eran seres de verdad y que la representación era en realidad la
historia de Gaiferos y Melisendra –Don Quijote ofrece
Maese Pedro pagarle en moneda los destrozos que le ha causado.
Así acaba la aventura del retablo. Cervantes explica
los lectores que Maese Pedro no era otro que Ginés de Pasamonte, el
galeote libertado por el hidalgo manchego, que temeroso de la justicia se había
cubierto parte del rostro con un tafetón para no ser reconocido y que con el
mono adivino y el teatrillo iba ganándose el sustento. Como conocía
perfectamente a Don Quijote, pudo fingir que el mono había descubierto su
personalidad y profesión de caballero andante.
XII. La aventura del Rebuzno
El episodio de Maese Pedro y su retablo está intercalado en la aventura
del rebuzno, historieta de tipo tradicional sobre la rivalidad entre dos pueblos
vecinos que están a punto de llegar a las armas. Don Quijote se sitúa entre
los rústicos cambatientes y les dirige una sabia y elocuente arenga incitándoles
a la paz, pero por desgracia interviene en ello Sancho, completando el
parlamento de su amo con reflexiones propias que acaban con un sonoro y
retumbante rebuzno. Los que le escuchan creen que se está burlando de ellos y
le acometen con palos y piedras (II,27).
XIII. La aventura
Don Quijote y Sancho llegan
al Ebro y se ofrece a su vista un barco sin remos. Miró Don Quijote
todas partes, y no vio a persona alguna; y luego, sin más ni más, se
apeó de Rocinante y mandó a Sancho que lo mismo hiciese del rucio, y que “a
entrambos bestias las atase muy bien, juntas al tronco de un alamo o sauce que
allí estaba” (II,29). La fantasía de Don Quijote se exalta, y se cree que
siguiendo el curso del río han llegado al mar y han pasado la línea
equinoccial. Pero el barco está alcanzando la otra orilla del río con peligro
de dar contra las ruedas de una acena, y al reparar en ello acuden los molineros,
blancos de harina, con varas apropiadas para detener la embarcación. Don
Quijote se sobresalta al ver a aquellos hombres anharinados y los increpa como
si fueran seres malvados que tienen a una persona cautiva en su fortaleza, y los
insulta, desafía, y amenaza con la espada. Los molineros consiguen detener el
barco, no sin que Don Quijote y Sancho se zambullan al río.
XIV.
En el palacio de los Duques
(Capítulos 30-57): Don Quijote y Sancho son acogidas por unos Duques que
tienen su residencia en aquellas aragonesas.
Los Duques han leído la primera parte del Quijote
–entonces cuando conocen al hidalgo manchego y a su escudero saben
perfectamente de la locura caballeresca y el ingenio de Don Quijote, y la ambición
y donaires de Sancho. Los Duques son ricos aristócratas; con una verdadera
corte de servidores y criados. Deciden aprovechar el paso de Don Quijote y
Sancho por sus propiedades para divertirse a costa de ellos, como si
hubiesen tenido la suerte de encontrar a dos bufones. Así, el Duque ordena a
toda su servidumbre que siga el humor de Don Quijote y que se comporte al estilo
de las cortes de los libros de caballerías.
El
encuentro de Don Quijote con los Duques –casual:
Al atardecer del día siguiente de haber atravesado el Ebro topan con una
bella cazadora, a la que Don Quijote hace que Sancho salude solemnemente. La
cazadora, que es la Duquesa, afirma y tner noticia de Don Quijote y Sancho por
la primera parte de sus aventuras. A la Duquesa le hacen mucha gracia los
modales y la conversació de Sancho, quien llega a sentir un gran afecto por la
dama sin percibir exactamente que no constituye para ella más que un objeto de
diversión.
Al lado de los Duques Don Quijote y Sancho entran por la primera vez en
un ambiente aristocrático y refinado y conviven con la nobleza. Ya no será
preciso que Don Quijote imagine, en su demente fantasía, un mundo irreal, pues
el que le circunda se amolda a sus ensueños literarios –y por otra parte las
órdenes del Duque, que exigirá a su servidumbre que lo trate como un caballero
andante y que invente trances novelescos, acrecentarán este ambiente novelesco.
Sólo dos personas del palacio se excluyen de la consigna dada por el
Duque: el eclesiástico, que malhumoradamente interpela a Don Quijote por sus
sandeces y reconviene a su señor por organizar tal farsa; y cierta dama de
honor de la Duquesa llamada doña Rodríguez, tipo inolvidable porque en él
Cervantes ha pintado magistralmente a la mujer tonta y la ha hecho obrar y
hablar de manera más estúpida y mantecata posible.
Doña Rodríguez cree a pies juntillas que Don Quijote es un caballero
andante e incluso acude a él, como una dueña menesterosa de las que abundan en
los libros de caballerías, para que defienda el honor de su hija, que ha sido
burlado por el hijo de un labrador rico. Como es natural, Don Quijote acederá a
defender en batalla singular el honor de la hija de doña Rodríguez, para lo
cual el Duque hará construir un tablado y dispondrá la presencia de jueces de
campo, como en las novelas.
Pero en lugar del hijo del labrador, causante de la deshonra, hará que
se apreste a Don Quijote un lacayo llamado Tosilos, el cual, cuando se entera de
que va a batallar por no casarse con la joven Rodríguez, que le ha gustado físicamente,
renunciará la batalla y se dará por vencido (II, 48 y 56) –pero este
episodio se desarrolla al final de la estancia de Don Quijote en el palacio de
los Duques.