Don Quijote: Segunda parte (1615)

Capítulos 1 a 29; 30 a 57

 

I. El "Quijote" dentro del "Quijote"

            Don Quijote daba muestras de estar en su entero juicio -a fin de asegurarse de ello, el cura y el barbero van a visitarle y conversan amigablemente con él (capítulo 1). Cuando hablan del tema caballeresco, Don Quijote prueba que su enfermedad mental está muy lejos de haberse curado.

            Sancho Panza entra en la casa de Don Quijote. Cuenta a su amo que acaba de regresar al lugar el bachiller Sansón Carrasco, que viene de estudiar en Salamanca, y que le ha dicho que ha aparecido un libro titulado "El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha" (II,2).

            Sansón Carrasco visita a Don Quijote y le da noticia del libro, sobre él que expresa las opiniones de diferentes lectores -Cervantes nos va repitiendo aquí las diversas opiniones que habría recogido sobre su novela (II,3).  

II. Don Quijote y Sancho salen de la aldea

            Don Quijote decide salir por tercera vez con Sancho (II,5). La conversación de despedida entre Sancho y su mujer.            

III. En el Toboso

            Don Quijote quiere solicitar licencia y bendición de Dulcinea, y para esto se encamina al Toboso. Llegan a medianoche, después de una larga conversación entre amo y criado, en la que Sancho ha mantenido y adornado con más detalles su hábil mentira del mensaje a Dulcinea.

            Don Quijote quiere buscar el alcázar de Dulcinea, con gran indignación de Sancho que sostiene que no hay tal en el Toboso pero Don Quijote distingue en la oscuridad un bulto que hace una gran sombra, se empeña en que se trata del palacio de Dulcinea y se encaminan hacia allí..  

IV. Sancho y Dulcinea Encantada

            Sancho es temeroso de que Don Quijote descubra la mentira de su mensaje a Dulcinea, logra que salgan del Toboso y se instalen en un encinar. Desde allí envía Don Quijote a Sancho nuevamente al Toboso con el encargo de solicitar de Dulcinea licencia para que el caballero la vea y reciba su bendición. Sancho se separa de su amo y, sentado al pie de un árbol, hace unas largas reflexiones sobre su comprometida situación. Sancho ve que por el camino, viniendo del Toboso, se acercan tres labradoras montadas en tres borricos.

            Sancho corre hacia Don Quijote y le anuncia que se aproxima Dulcinea, ricamente ataviada y acompañada de dos de sus doncellas. Don Quijote no lo pone en duda, sale al camino y manifiesta a Sancho que sólo ve a tres labradoras montadas en tres borricos.

            Sancho extrema su admiración y se arrodilla ante una de las labradoras y le habla imitando lo mejor que puede los términos caballerescos que suele usar Don Quijote. Don Quijote está estupefacto porque ve a tres labradoras pero entonces cree comprender que el maligno encantador que le persigue ha puesto "nubes y cataratas" en sus ojos y ha transformado la hermosura de Dulcinea en la vulgaridad de una labradora. Las labradoras siguen su camino y Don Quijote y Sancho comentan el incidente. Sancho porfía en que se trataba de tres altas damas, y pondera la belleza, riqueza, y buen olor de Dulcinea. Don Quijote confiesa, desazonado, que no ha conseguido ver sino tres labradoras y que Dulcinea era fea y olía a ajos.  

V.  Evolución de la Locura de Don Quijote

            La situación del episodio de las tres labradoras es exactamente contraria a las que se nos han ofrecido en la primera parte, donde Don Quijote, ante la realidad vulgar y corriente, se imaginaba un mundo ideal y caballeresco. Hasta ahora lo normal ha sido que Don Quijote sublime en valores de belleza y heroísmo lo que es corriente, anodino, e incluso vil y bajo -pero ahora este aspecto se ha invertido -Sancho, que antes había intentado de hacerle ver la realidad ahora le pone ante tres feas aldeanas y sostiene que son hermosas damas. Los papeles se han invertido.

 

VI. La Carreta de las Cortes de la Muerte

            Siguiendo su camino Don Quijote y Sancho topan con un carro en el que van extraños e insólitos personajes: guía las mulas un demonio y dentro viajan la muerte, un ángel, un emperador, Cúpido, un caballero, y otras personas. Todo esto sobresalta a Don Quijote, que exige que digan qué gente es y a dónde van. El diablo explica que son una compañía de cómicos que van de pueblo en pueblo ofreciendo el auto-sacramental de "Las Cortes de la Muerte," que aquella mañana han representado en un lugar próximo, y como por la tarde lo tienen que volver a representar en otra aldea muy cercana, no se han quitado los disfraces.

            Don Quijote platica con los cómicos, pero Rocinante, espantado por una burla que hace un mamarracho con unas vejigas, echa a correr y derriba a su dueño. Otro de la compañía la emprende con el asno de Sancho. Don Quijote estaba dispuesto a acometer a los cómicos, que lo esperaban con piedras en la mano, pero Sancho le hizo ver que se trataba de una temeridad luchar contra un escuadrón en el que figuraban la Muerte, emperadores, y ángeles buenos y malos, y ningún caballero andante (II,11). El episodio termina sin más complicaciones, y da lugar a una ingeniosa conversación entre Don Quijote y Sancho.

 

VII. El Caballero de los Espejos o del Bosque (capítulo XII)

            Todas las personas sensatas han estado diciendo y repitiendo a Don Quijote que en el mundo no existen caballeros andantes, por lo menos en tiempos modernos, y que no son más que fantasías de los autores de libros vanos y mentirosos. Pero la noche siguiente con gran sorpresa de Don Quijote y Sancho encuentran a un caballero andante, armado de todas sus armas, melancólico, y enamorado de una dama llamada Casildea de Vandalia, a la que canta un soneto -va además, acompañado de su escudero. Se trata del Caballero de los Espejos, que habla con Don Quijote, mientras Sancho departe amigablemente con el escudero (II,13). Los caballeros discuten sobre la belleza de las respectivas damas y deciden zanjar el problema mediante una batalla singular que deberá celebrarse en cuánto amanezca.

            Al clarear Sancho se sorprende por la extraordinaria desmesura de las narices del escudero. El Caballero del Bosque lleva el rostro cubierto con la celada, y se niega a mostrarlo cuando Don Quijote se lo pide. Luchan ambos y Don Quijote derriba por el suelo a su adversario. Entonces, cuando Don Quijote le quita el yelmo para ver si estaba muerto y le descubre la cara, se encuentra con el rostro del bachiller Sansón Carrasco. Ello sorprende también a Sancho, que se queda estupefacto cuando ve al otro escudero sin narices y que, sin tan desmesurado aditameno, no es otro que Tomé Cecial, su compadre y vecino. Don Quijote llega a la conclusión de que se trata de una nueva jugarreta de los encantadores que le persiguen, que para quitarle la gloria de la batalla ganada han convertido al Caballero de los Espejos en el bachiller y a su escudero en Tomé Cecial. A pesar de ello impone a su adversario que confiese que Dulcinea es más hermosa que Casildea de Vandalia y que se encamina hacia El Toboso para ponerse a la voluntad de Dulcinea.

            Inserta Cervantes un brevísimo capítulo (II,15) para aclarar al lector la aventura pasada: Sansón Carrasco, de acuerdo con el cura y el barbero, se había disfrazado de caballero andante con la intención de buscar a Don Quijote, obligarle a combatir, vencerle, y exigirle que se volviera a su pueblo y no saliera de él en dos años. Tomó como escudero al vecino de Sancho Panza, desfigurando con unas narices postizas, y salió en busca de Don Quijote; pero sucedió al revés de como se imaginaba, y él fue el vencido. Como consecuencia de ello Sansón Carrasco, irritado por su fracaso, se propuso volver a buscar a Don Quijote, ahora ya no sólo para hacerle entrar en juicio, sino también para vengarse de él.

 

VIII. Con el Caballero del Verde Gabán y la Aventura de los Leones

            Comentando Sancho y Don Quijote la transformación del Caballero de los Espejos y su escudero en Sansón Carrasco y Tomé Cecial, son alcanzados por un hombre montado en una yegua, vestido de un gabán de paño verde fino, con quien deciden hacer la ruta y con quien departen reposadamente. Se trata de don Diego de Miranda, a quien Cervantes llama el Caballero del Verde Gabán -prototipo de persona discreta, instruída, acomodada, de buenas y sanas costumbres, que se admira de la locura de Don Quijote, aunque oponga al afán de aventuras de Don Quijote, su vida plácida, ordenada, y libre de sobresaltos.

            Luego invita a Don Quijote a su casa, en una aldea próxima, donde su hijo, joven dado a la poesía, mantiene pláticas literarias con Don Quijote, quien así pone de manifiesto otra vez su agudo criterio, siempre tan sensato y tan culto mientras no se toque su manía caballeresca.

            Pero mientras viajan con el Caballero del Verde Gabán acaece la aventura de los leones (II,17). Se encuentran con un carro en el que son conducidos dos bravos leones de Orán, que son llevados a la corte para ser ofrecidos al Rey. Con gran espanto de Sancho y de don Diego de Miranda, y a pesar de las amonestaciones y suplicas del leonero, Don Quijote se hace abrir la jaula del león macho, y espera valientemente que salga para luchar con él. Los leones han perdido aquella fiereza de los leones de los libros de caballerías, este león no tiene ganas de luchar con Don Quijote.

 

IX. Las Bodas de Camacho

            Como un descanso en la busca de aventuras se coloca aquí el episodio de la historia sentimental de Basilio el pobre, Quiteria la hermosa, y Camacho el rico (II,19-21). Comacho, gracias a su gran fortuna, ha logrado la mano de la moza, de la que está enamorado Basilio. Se preparan unas magníficas bodas. Basilio sale al paso de los contrayentes y con voz trémula y ronca recuerda a la ingrata Quiteria sus promesas, y tras un emocionado parlamento se traspasa con un estoque y queda bañado en sangre -todos creen que Basilio va a morir muy pronto. El mozo, con voz desmayada, pide a Quiteria que en este último trance de su vida le dé la mano de esposa, y asegura que si no se hace así, no se confesará.

            El propio Camacho, para que no se pierda el alma de Basilio por considerársele suicida, accede a que Quiteria junte sus manos con las del que parece moribundo y que el cura les eche la bendición. Apenas lo ha hecho, Basilio se levanta ligeramente del suelo mientras los circunstantes maravillados, gritan "!Milagro, milagro!" -a lo que Basilio responde "No milagro, milagro, sino industria, industria!" (II,21). O sea, ingenio traza engañosa porque, en efecto, el joven despreciado se había acomodado en su cuerpo un canuto lleno de sangre, que atravesó con el estoque con tal habilidad que todos creyeron que se había herido mortalmente. Gracias a esto Basilio logró casarse con Quiteria; y cuando Camacho y sus parientes tomaron las espadas para atacar al astucioso mozo, Don Quijote intervino a su favor con un parlamento lleno de buen sentido.  

 

X. Aventura de la Cueva de Montesinos

            Don Quijote deseoso de visitar la cueva de Montesinos, próxima a una de las lagunas de Ruidera, donde nace el Guadiana; consigue como guía al primo de un licenciado que antes había encontrado en el camino (II,19), hombre pintoresco al que Cervantes llamará simplemente El Primo. Se trata de una especie de la erudición ya que este chiflado personaje está escribiendo un libro que se llamará "Metamorfoseos" u "Ovidio español" en el que explica quienes fueron la Giralda de Sevilla, los Toros de Guisando, la Sierra Morena, las fuentes de Leganitos, y de Lavapies de Madrid, etc. Este loco de la erudición hace muy buenas migas con Don Quijote, a quien toma en serio incluso cuando dice los mayores disparates y de cuyo juicio no duda jamás.

            Guiados por el Primo llegan Don Quijote y Sancho a la cueva de Montesinos. Bajaron a Don Quijote a la cueva y media hora después el Primo y Sancho tiraron de la cuerda y sacaron a Don Quijote completamente dormido (II,22).  Una vez hubo despertado explicó a sus dos oyentes lo que había visto en la cueva. Don Quijote, en esta aventura, ha tenido en la cueva un sueño completamente de acuerdo con sus fantasías caballerescas e inspirado en un episodio parecido a "Las sergas de Esplandián."

                El sueño de Don Quijote: él se encontró en un maravilloso palacio en el que le recibió un anciano de largas barbas que resultó ser Montesinos, gran amigo de Durandarte, caballero muerto en Roncesvalles, cuyo cuerpo estaba allí tendido sobre un sépulcro de mármol. Apareció un cortejo de doncellas enlutadas, acompañando  a Belerma, la dama de Durandarte. Montesinos explicó que todos ellos y otros más -la reina Ginebra, Lanzarote, etc. -estaban en aquel maravilloso palacio encantados por Merlín y en espera de ser desencantados por Don Quijote de la Mancha. Don Quijote vio luego, "saltando y brincando como cabras" a tres labradoras que resultan ser Dulcinea del Toboso y sus dos acompañantes, en la misma figura que las vio cuando se las mostró Sancho, que hace poco, según dice Montesinos, que llegaron allií y están asimismo encantadas. Dulcinea, por medio de una de sus acompañantes, pide a Don Quijote que le preste bajo fianza seis reales, y el caballero, aunque extrañado de que los encantadores necesitan dinero, le da todo lo que lleva, que son sólo cuatro reales. Ni Don Quijote ni el Primo reconocen que sea un sueño, pero Sancho sí.

 

XI. El Retablo de Maese Pedro

            Don Quijote, Sancho, y el Primo llegan a una venta “no sin gusto de Sancho.” A la venta llega un maese Pedro, con casi media cara tapada con un tafetón –es recibido con gran alegría por el ventero, porque lleva un mono adivino y un teatrillo portátil de títeres. Es grande la sorpresa de Don Quijote y Sancho cuando el mono hace como si hablara al oído de Maese Pedro. Maese Pedro entonces se arroja a los pies de Don Quijote, llamándole por su nombre y saludándole como el “resuscitador insigne de la y puesta en olvido andante caballero” (II,25). El mono, siempre a través de su amo, responde  preguntas de Don Quijote, y finalmente, montado el teatrillo, se hace una representación de títeres, en la que Maese Pedro es ayudado por un muchacho.

            Se trata de un teatro de marionetas muy parecidas al de los que todavía se conservan en Sicilia. Maese Pedro ofrece a los que se encuentran en la venta la historia de Gaiferos y Melisendra según los romances que circulaban sobre estos personajes del ciclo Carolingio. Don Quijote presencia la representación con serenidad y agudo, y hace comentarios muy atinados –pero cuando la pareja Giferos y Melisendra huye de Sansuena persiguida por los moros, Don Quijote desenvaina la espada y arremete a cuchilladas con los títeres, estropeando gran parte de ellos y derribando todo el teatrillo o retablo. Tranquilizando Don Quijote, confiesa que los encantadores que le persiguen le hicieron creer que las figurillas eran seres de verdad y que la representación era en realidad la historia de Gaiferos y Melisendra –Don Quijote ofrece  Maese Pedro pagarle en moneda los destrozos que le ha causado.

            Así acaba la aventura del retablo. Cervantes explica  los lectores que Maese Pedro no era otro que Ginés de Pasamonte, el galeote libertado por el hidalgo manchego, que temeroso de la justicia se había cubierto parte del rostro con un tafetón para no ser reconocido y que con el mono adivino y el teatrillo iba ganándose el sustento. Como conocía perfectamente a Don Quijote, pudo fingir que el mono había descubierto su personalidad y profesión de caballero andante.

 

XII. La aventura del Rebuzno

            El episodio de Maese Pedro y su retablo está intercalado en la aventura del rebuzno, historieta de tipo tradicional sobre la rivalidad entre dos pueblos vecinos que están a punto de llegar a las armas. Don Quijote se sitúa entre los rústicos cambatientes y les dirige una sabia y elocuente arenga incitándoles a la paz, pero por desgracia interviene en ello Sancho, completando el parlamento de su amo con reflexiones propias que acaban con un sonoro y retumbante rebuzno. Los que le escuchan creen que se está burlando de ellos y le acometen con palos y piedras (II,27).

 

XIII. La aventura del Barco Encntado (capítulo XXIX)

            Don Quijote y Sancho llegan al Ebro y se ofrece a su vista un barco sin remos. Miró Don Quijote  todas partes, y no vio a persona alguna; y luego, sin más ni más, se apeó de Rocinante y mandó a Sancho que lo mismo hiciese del rucio, y que “a entrambos bestias las atase muy bien, juntas al tronco de un alamo o sauce que allí estaba” (II,29). La fantasía de Don Quijote se exalta, y se cree que siguiendo el curso del río han llegado al mar y han pasado la línea equinoccial. Pero el barco está alcanzando la otra orilla del río con peligro de dar contra las ruedas de una acena, y al reparar en ello acuden los molineros, blancos de harina, con varas apropiadas para detener la embarcación. Don Quijote se sobresalta al ver a aquellos hombres anharinados y los increpa como si fueran seres malvados que tienen a una persona cautiva en su fortaleza, y los insulta, desafía, y amenaza con la espada. Los molineros consiguen detener el barco, no sin que Don Quijote y Sancho se zambullan al río.

 

XIV. En el palacio de los Duques

            (Capítulos 30-57): Don Quijote y Sancho son acogidas por unos Duques que tienen su residencia en aquellas aragonesas.

            Los Duques han leído la primera parte del Quijote –entonces cuando conocen al hidalgo manchego y a su escudero saben perfectamente de la locura caballeresca y el ingenio de Don Quijote, y la ambición y donaires de Sancho. Los Duques son ricos aristócratas; con una verdadera corte de servidores y criados. Deciden aprovechar el paso de Don Quijote y  Sancho por sus propiedades para divertirse a costa de ellos, como si hubiesen tenido la suerte de encontrar a dos bufones. Así, el Duque ordena a toda su servidumbre que siga el humor de Don Quijote y que se comporte al estilo de las cortes de los libros de caballerías.

 

El encuentro de Don Quijote con los Duques –casual:

            Al atardecer del día siguiente de haber atravesado el Ebro topan con una bella cazadora, a la que Don Quijote hace que Sancho salude solemnemente. La cazadora, que es la Duquesa, afirma y tner noticia de Don Quijote y Sancho por la primera parte de sus aventuras. A la Duquesa le hacen mucha gracia los modales y la conversació de Sancho, quien llega a sentir un gran afecto por la dama sin percibir exactamente que no constituye para ella más que un objeto de diversión.

            Al lado de los Duques Don Quijote y Sancho entran por la primera vez en un ambiente aristocrático y refinado y conviven con la nobleza. Ya no será preciso que Don Quijote imagine, en su demente fantasía, un mundo irreal, pues el que le circunda se amolda a sus ensueños literarios –y por otra parte las órdenes del Duque, que exigirá a su servidumbre que lo trate como un caballero andante y que invente trances novelescos, acrecentarán este ambiente novelesco.

            Sólo dos personas del palacio se excluyen de la consigna dada por el Duque: el eclesiástico, que malhumoradamente interpela a Don Quijote por sus sandeces y reconviene a su señor por organizar tal farsa; y cierta dama de honor de la Duquesa llamada doña Rodríguez, tipo inolvidable porque en él Cervantes ha pintado magistralmente a la mujer tonta y la ha hecho obrar y hablar de manera más estúpida y mantecata posible.

            Doña Rodríguez cree a pies juntillas que Don Quijote es un caballero andante e incluso acude a él, como una dueña menesterosa de las que abundan en los libros de caballerías, para que defienda el honor de su hija, que ha sido burlado por el hijo de un labrador rico. Como es natural, Don Quijote acederá a defender en batalla singular el honor de la hija de doña Rodríguez, para lo cual el Duque hará construir un tablado y dispondrá la presencia de jueces de campo, como en las novelas.

            Pero en lugar del hijo del labrador, causante de la deshonra, hará que se apreste a Don Quijote un lacayo llamado Tosilos, el cual, cuando se entera de que va a batallar por no casarse con la joven Rodríguez, que le ha gustado físicamente, renunciará la batalla y se dará por vencido (II, 48 y 56) –pero este episodio se desarrolla al final de la estancia de Don Quijote en el palacio de los Duques.