Castillo
interior o Las moradas
Teresa
de Jesús
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Moradas
Primeras Capítulo
1
En que trata de la hermosura y dignidad de nuestras almas. Pone una
comparación para entenderse, y dice la ganancia que es entenderla y saber las
mercedes que recibimos de Dios. Cómo la puerta de este castillo es la oración.
1. Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí, porque yo no
atinaba a cosa que decir ni cómo comenzar a cumplir esta obediencia, se me
ofreció lo que ahora diré, para comenzar con algún fundamento: que es
considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal,
adonde hay muchos aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas [1].
Que si bien lo consideramos, hermanas, no es otra cosa el alma del justo sino un
paraíso adonde dice El tiene sus deleites [2]. Pues ¿qué tal os parece que será el aposento adonde un Rey tan poderoso,
tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita? No hallo yo
cosa con que comparar la gran hermosura de un alma y la gran capacidad; y
verdaderamente apenas deben llegar nuestros entendimientos, por agudos que
fuesen, a comprenderla, así como no pueden llegar a considerar a Dios, pues El
mismo dice que nos crió a su imagen y semejanza [3].
Pues si esto es, como lo es, no hay para qué nos cansar en querer comprender la
hermosura de este castillo; porque puesto que hay la diferencia de él a Dios
que del Criador a la criatura, pues es criatura, basta decir Su Majestad que es
hecha a su imagen para que apenas podamos entender la gran dignidad y hermosura
del ánima. […]
3.
Pues consideremos que este castillo tiene como he dicho [5] muchas moradas, unas en lo alto, otras embajo, otras a los lados; y en el
centro y mitad de todas éstas tiene la más principal, que es adonde pasan las
cosas de mucho secreto entre Dios y el alma. […]
5. Pues tornando a nuestro hermoso y deleitoso castillo, hemos de ver cómo
podremos entrar en él.
Parece que digo algún disparate; porque si este castillo es el ánima claro está
que no hay para qué entrar, pues se es él mismo; [9] como parecería desatino decir a uno que entrase en una pieza estando ya
dentro. Mas habéis de entender que va mucho de estar a estar; que hay muchas
almas que se están en la ronda del castillo [10] que es adonde están los que le guardan, y que no se les da nada de entrar
dentro ni saben qué hay en aquel tan precioso lugar ni quién está dentro ni
aun qué piezas tiene. […]
7. Porque, a cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este castillo es la oración y consideración, no digo más mental que vocal, que como sea oración ha de ser con consideración; porque la que no advierte con quién habla y lo que pide y quién es quien pide y a quién, no la llamo yo oración, aunque mucho menee los labios; porque aunque algunas veces sí será, aunque no lleve este cuidado, mas es habiéndole llevado otras. […]
En fin, entran en las primeras piezas de las bajas; mas entran con ellos tantas
sabandijas, que ni le dejan ver la hermosura del castillo, ni sosegar; harto
hacen en haber entrado. […]
Moradas Primeras Capítulo
2
Trata de cuán fea cosa es un alma que está en pecado mortal y cómo quiso
Dios dar a entender algo de esto a una persona. Trata también algo sobre el
propio conocimiento. Es de provecho, porque hay algunos puntos de notar.
Dice cómo se han de entender estas moradas.
1. Antes que pase adelante, os quiero decir que consideréis qué será ver
este castillo tan resplandeciente y hermoso, esta perla oriental, este árbol de
vida que está plantado en las mismas aguas vivas de la vida, que es Dios,
cuando cae en un pecado mortal: no hay tinieblas más tenebrosas, ni cosa tan
oscura y negra, que no lo esté mucho más [1]. No queráis más saber de que, con estarse el mismo sol que le daba tanto
resplandor y hermosura todavía en el centro de su alma [2], es como si allí no estuviese para participar de El, con ser tan capaz
para gozar de Su Majestad como el cristal para resplandecer en él el sol.
Ninguna cosa le aprovecha; y de aquí viene que todas las buenas obras que
hiciere, estando así en pecado mortal, son de ningún fruto [3] para alcanzar gloria; porque no procediendo de aquel principio, que es Dios,
de donde nuestra virtud es virtud, y apartándonos de El, no puede ser agradable
a sus ojos; pues, en fin, el intento de quien hace un pecado mortal no es
contentarle, sino hacer placer al demonio, que como es las mismas tinieblas, así
la pobre alma queda hecha una misma tiniebla. […]
8.
Pues tornemos ahora a nuestro castillo de muchas moradas.
No habéis de entender estas moradas una en pos de otra, como cosa en hilada [13], sino poned los ojos en el centro, que es la pieza o palacio adonde está
el rey, y considerar como un palmito [14], que para llegar a lo que es de comer tiene muchas coberturas que todo lo
sabroso cercan. Así acá, enrededor de esta pieza están muchas, y encima lo
mismo.
Porque las cosas del alma siempre se han de considerar con plenitud y anchura y
grandeza, pues no le levantan nada, que capaz es de mucho más que podremos
considerar, y a todas partes de ella se comunica este sol que está en este
palacio.
Esto importa mucho a cualquier alma que tenga oración, poca o mucha, que no la
arrincone ni apriete. Déjela andar por estas moradas, arriba y abajo y a los
lados, pues Dios la dio tan gran dignidad; no se estruje en estar mucho tiempo
en una pieza sola.
¡Oh que si es en el propio conocimiento! Que con cuán necesario es esto (miren
que me entiendan), aun a las que las tiene el Señor en la misma morada que El
está, que jamás por encumbrada que esté le cumple otra cosa ni podrá
aunque quiera; que la humildad siempre labra como la abeja en la colmena la miel,
que sin esto todo va perdido.
Mas consideremos que la abeja no deja de salir a volar para traer flores; así
el alma en el propio conocimiento, créame y vuele algunas veces a considerar la
grandeza y majestad de su Dios. Aquí hallará su bajeza mejor que en sí misma,
y más libre de las sabandijas adonde entran en las primeras piezas, que es el
propio conocimiento; que aunque, como digo, es harta misericordia de Dios que se
ejercite en esto, tanto es lo de más como lo de menos suelen decir [15]. Y créanme, que con la virtud de Dios obraremos muy mejor virtud [16] que muy atadas a nuestra tierra. […]
12.
De estas moradas primeras podré yo dar muy buenas señas de experiencia. Por
eso digo [20] que no consideren pocas piezas, sino un millón; porque de muchas maneras
entran almas aquí, unas y otras con buena intención.
Mas, como el demonio siempre la tiene tan mala, debe tener en cada una muchas
legiones de demonios para combatir que no pasen de unas a otras y, como la pobre
alma no lo entiende, por mil maneras nos hace trampantojos, lo que no puede
tanto a las que están más cerca de donde está el rey, que aquí, como aún se
están embebidas en el mundo y engolfadas en sus contentos y desvanecidas en sus
honras y pretensiones, no tienen la fuerza los vasallos del alma (que son los
sentidos y potencias) que Dios les dio de su natural, y fácilmente estas almas
son vencidas, aunque anden con deseos de no ofender a Dios, y hagan buenas obras.
Las que se vieren en este estado han menester acudir a menudo, como pudieren, a
Su Majestad, tomar a su bendita Madre por intercesora, y a sus Santos, para que
ellos peleen por ellas, que sus criados poca fuerza tienen para se defender.
A la verdad, en todos estados es menester que nos venga de Dios. Su Majestad nos
la dé por su misericordia, amén. […]
14.
Habéis de notar que en estas moradas primeras aún no llega casi nada la luz
que sale del palacio donde está el Rey; [22] porque, aunque no están oscurecidas y negras como cuando el alma está en
pecado, está oscurecida en alguna manera para que no la pueda ver el que está
en ella digo y no por culpa de la pieza que no sé darme a entender, sino
porque con tantas cosas malas de culebras y víboras y cosas emponzoñosas que
entraron con él, no le dejan advertir a la luz.
Como si uno entrase en una parte adonde entra mucho sol y llevase tierra en los
ojos, que casi no los pudiese abrir.
Clara está la pieza, mas él no lo goza por el impedimento o cosas de esas
fieras y bestias que le hacen cerrar los ojos para no ver sino a ellas. Así me
parece debe ser un alma que, aunque no está en mal estado, está tan metida en
cosas del mundo y tan empapada en la hacienda u honra o negocios como tengo
dicho que, aunque en hecho de verdad se querría ver y gozar de su hermosura,
no le dejan, ni parece que puede descabullirse de tantos impedimentos.
Y conviene mucho, para haber de entrar a las segundas moradas, que procure dar
de mano a las cosas y negocios no necesarios, cada uno conforme a su estado; que
es cosa que le importa tanto para llegar a la morada principal, que si no
comienza a hacer esto lo tengo por imposible; y aun estar sin mucho peligro en
la que está, aunque haya entrado en el castillo, porque entre cosas tan ponzoñosas,
una vez u otra es imposible dejarle de morder. […]
Guardaos, hijas mías,
de cuidados ajenos. Mirad que en pocas moradas de este castillo dejan de
combatir los demonios. […]