LIBRO IV
Prólogo
Turpin, por la gracia de dios
arzobispo de Reims y constante compañero del emperador Carlomagno en España, a
Luitprando, Dean de Aquisgran, salud en Cristo
Puesto
que ha poco, mientras me hallaba en Viena algo enfermo por las cicatrices de las
heridas, me mandasteis que os escribiera cómo nuestro emperador, el famisísimo
Carlomagno, liberó del poder de los sarracenos la tierra española y gallega,
no dudo escribir puntualmente, y enviarlos a vuestra fraternidad, los
principales de sus admirables y sus laudables triunfos sobre los sarracenos españoles,
que he visto con mis proipios ojos al recorrer durante catorce años España y
Galicia en unión de él y de sus ejércitos.
Puesto
que vuestra autoridad no ha podido encontrar completas, según me escribisteis,
las hazañas que el rey realizó en España, divulgadas en la crónica real de
San Dionisio, sabed, pues, que su autor, o por la prolija narración de tantos
hechos o por que, estando ausente de España, los ignorase, en modo alguno
escribió en ella detalladamente y, sin embargo, en nada difiere de ella este
volumen. Que viváis con salud y seáis grato al Señor.
Asi sea.
El
gloriosísimo apóstol de Cristo, Santiago, mientras los otros apóstoles y discípulos
del Señor fueron a diversas regiones del mundo, predicó el primero, según se
dice, en Galicia. Después, sus discípulos, muerto el apóstol por el rey
Herodes y trasladado su cuerpo desde Jerusalén a Galicia por mar, predicaron en
la misma Galicia; pero los mismos Gallegos más tarde, dejándose llevar por sus
pecados, abandonaron la fe hasta el tiempo de Carlomagno, emperador de los
romanos, de los franceses, de los teutones y de los demás pueblos, y pérfidamente
se apartaron de ella.
Mas
Carlomagno, después que con múltiples trabajos por muchas regiones del orbe
adquirió, con el poder de su invencible brazo y fortificado con divinos
auxilios, distintos reinos, a saber, Inglaterra, (8), Lorena, Borgoña, Italia,
Bretaña y los demás países, así como innumerables ciudades de un mar al otro,
y las arrancó de manos de los sarracenos y las sometió al imperio cristiano,
fatigado por tan penosos trabajos y sudores, se propuso no emprender más
guerras y darse un descanso.
Y
en seguida vió en el cielo un camino de estrellas que empezaba en el mar de
Frisia (9) y, extendiéndose entre Alemania e Italia, entre Galia y Aquitania,
pasaba directamente por Gascuña, Vasconia, Navarra y España hasta Galicia, en
donde entonces se ocultaba, desconocido, el cuerpo de Santiago. Y como
Carlomagno lo mirase algunas veces cada noche, comenzó a pensar con gran
frecuencia qué significaría.
Y
mientras con gran interés pensaba esto, un caballero de apariencia espléndida
y mucho más hermosa de lo que decirse puede, se le apareció en un sueño
durante la noche, diciéndole:
-
--¿Qué
haces, hijo mío?
A
lo cual dijo él:
--¿Quién
eres, señor?
--Yo
soy--contestó--Santiago apóstol, discípulo de Cristo, hijo de Zebedeo,
hermano de Juan el Evangelista, a quien con su inefable gracia se dignó elegir
el Señor, junto al mar de Galilea, para predicar a los pueblos; al que mató
con la espada el rey Herodes, y cuyo cuerpo descansa ignorado en Galicia, todavía
vergonzosamente oprimida por los sarracenos. Por esto me asombro enormemente de
que no hayas liberado de los sarracenos mi tierra, tú que tantas ciudades y
tierras has conquistado. Por lo cual te hago saber que así como el Señor te
hizo el más poderoso de los reyes de la tierra, igualmente te ha elegido entre
todos para preparar mi camino y liberar mi tierra de manos de los musulmanes, y
conseguirte por ello una corona de inmarcesible gloria. El camino de estrellas
que viste en el cielo significa que desde estas tierras hasta Galicia has de ir
con un gran ejército a combatir a las pérfidas gentes paganas, y a liberar mi
camino y mi tierra, y a visitar mi basílica y sarcófago. Y después de ti irán
alli peregrinando todos los pueblos, de mar a mar, pidiendo el perdón de sus
pecados y pregonando las alabanzas del Señor, sus virtudes y las maravillas que
obró. Y en verdad que irán desde tus tiempos hasta el fin de la presente edad.
Ahora, pues, marcha cuanto antes puedas, que yo seré tu auxiliador en todo; y
por tus trabajos te conseguiré del Señor en los cielos una corona, y hasta el
fin de los siglos será tu nombre alabado.
De
esta manera se apareció a Carlomagno por tres veces el santo Apóstol. Así,
pues, oído esto, confiando en la promesa apostólica y, tras habérsele reunido
muchos ejércitos, entró en España para combatir a las gentes infieles.
Y
era el rey Carlomagno de pelo castaño, faz bermeja, cuerpo proporcionado y
hermoso, pero de terrible mirada. Su estatura medía ocho pies, pero suyos, que
eran muy largos. Era anchísimo de hombros, proporcionado de cintura y vientre,
de brazos y piernas gruesos, de miembros muy fuertes todos ellos, soldado
arrojadísimo y muy diestro en el combate. Su cara tenía palmo y medio de
longitud, uno su barba y casi medio la nariz. Y su frente media un pie y sus
ojos, semejantes a los del león, brillaban como ascuas. Sus cejas medían medio
palmo. Cualquier hombre a quien él en un rapto de ira mirase con sus abiertos
ojos, quedaba instantáneamente aterrorizado. Nadie podía estar tranquilo ante
su tribunal, si él le miraba con sus penetrantes ojos. El cinturon con que se
ceñía tenía extendido oho palmos, sin contar lo que colgaba. Tomaba poco pan
en la comida, pero se comía la cuarta parte de un carnero o dos gallinas o un
ganso, o bien un lomo de cerdo o un pavo o una grulla o una liebre entera. Bebía
poco vino, sino, sobriamente, agua. Tenía tal fuerza que co su espada partía
de un solo tajo a un caballero armado, enemigo suyo se entiende, montando a
caballo, desde la cabeza hasta la silla juntamente con su cabalgadura.
Enderezaba sin esfuerzo con sus manos cuatro herraduras al mismo tiempo.
Levantaba rápidamente desde el suelo hasta su cabeza con una sola mano a un
caballero armado y colocado de pie sobre la palma. Y era muy espléndido en sus
mercedes, muy recto en sus juicios, elocuente en sus palabras. Mientras estuvo
en España su corte principalmente, sólo en cuatro solemnidades al año llevaba
la corona real y el cetro, a saber: el día de Navidad, el de Pascua y el de
Pentecostés, y el día de Santiago. Delante de su trono se ponía una espada
desnuda, a la manera imperial. Cada noche había siempre alrededor de su lecho
ciento veinte esforzados cristianos para guardarle, cuarenta de los cuales, a
saber: diez a la cabcera, diez a los pies, dies a la derecha y otros diez a la
izquierda, hacían la vela al principio de la noche, teniendo la espada desnuda
en la mano derecha y un cirio encendido en la izquierda. De igual manera hacían
la segunda guardia otros cuarenta. E igualmente otros cuarenta hacían la
tercera vela de la noche, mientras los demás dormían.
Quiza
a alguien le guste oír con más detalle sus grandes gestas, pero contarlas es
para mí grande y abrumadora empresa. No puedo describir como Galafre, emir de
Toledo, le armó caballero en el palacio de Toledo cuando en su niñez estaba
desterrado en dicha ciudad y cómo después el mismo Carlomagno, por amistad
hacia el citado Galafre, mató en combate a Bramante, grande y soberbio rey de
los sarracenos, enemigo de Galafre, y cómo conquistó diversas tierras y las
ciudades que las embellecían, y las sometió al nombre de Dios, y como
estableció por el mundo muchas abadías e iglesias y cómo colocó en arcas de
oro y plata los cuerpos y reliquias de muchos santos sacándolos de sus
sepultura, y como se trajo consigo el madero de la cruz que repartió entre
muchas iglesias. Antes se agotan la mano y la pluma que su historia. Sin
embargo, voy a decir brevemente cómo volvió de España a la Galia, después de
la liberación de la tierra gallega.
Después
que el famosísimo emperador Carlomagno conquistó en aquellos días toda España
para gloria del Señor y de su apóstol Santiago, de regreso de España, se
detuvo con sus ejércitos en Pamplona. Y vivían entonces en Zaragoza dos reyes
sarracenos, a sbaer: Marsilio y su hermano Beligando, enviados a España desde
Persia por el emir de Babilonia, los cuales estaban sometidos al imperio de
Carlomagno y le servían gustosamente en todo, pero con lealtad fingida. Y
Carlomag-no les ordenó por medio de Ganelón que recibiesen el bautismo o que
le enviasen un tributo. En-tonces le mandaron treinta caballos cargados de oro y
plata y de tesoros españoles, y cuarenta caballos cargados de vino dulcísimo y
puro para beber sus caballeros, y mil hermosas sarracenas para su deleite. A
Ganelón, empero, le ofrecieron fraudulentamente veinte caballos cargados de oro,
plata y telas preciosas para que pusiera en sus manos a los caballeros a fin de
matarlos. Y él se avino y recibió aquel dinero. Así pues, acordado entre
ellos el malvado pacto de traición, volvió Ganelón al lado de Carlomagno y le
dió los tesoros que los reyes le habían enviado, diciendo que Marsilio quería
hacerse cristiano y preparaba su viaje para ir a la Galia al lado de Carlomagno,
y que allí recibiría el bautismo y en adelante gobernaría toda la tierra de
España en su nombre.
Los
más nobles caballeros, solamente el vino le aceptaron, mas de ninguna manera
las mujeres: pero se las tomaron los inferiores. Entonces Carlomagno, dando crédito
a las palabras de Ganelón, determinó atravesar los puertos de Cize y volver a
la Galia. Luego, por consejo de Ganelón, madó a sus preferidos, su sobrino
Rolando, conde de Le Mans y de Blaye, y a Oliveros, conde de Gennes, que con los
más nobles caballeros y veinte mil cristianos formasen la retarguardia en
Roncesvalles, mientras el mismo Carlomagno atravesaba con los otros ejércitos
los puertos nombrados. Y de este modo se hizo. Pero porque en las noches
precedentes, ebrios algunos con el vino sarraceno, fornicaron con las mujeres
paganas y también con las cristianas que muchos se habían traído consigo de
la Galia, se acarrearon la muerte. ¿ Pues qué más ? Mientras Carlomagno con
veinte mil cristianos y Ganelón y Turpín atravesaban los puertos, y los antes
dichos formaban la retaguardia, Marsilio y Beligando, con cincuenta mil
sarracenos, salieron al amanecer de los bosques y collados, donde por consejo de
Ganelón habían estado escondidos durante dos días y otras tantas noches, y
dividieron sus fuerzas en dos partes: una de veinte mil y otra de treinta mil.
La de veinte mil comenzó primero a atacar de pronto a los nuestros por la
espalda. En seguida los nuestros se volvieron contra ellos, combatiéndolos
desde la madrugada hasta las nueve; todos cayeron. Ni tan sólo uno de los
veinte mil escapó. Inmediatamente los otros treinta mil atacaron a los nuestros
fatigados y rendidos por tan gran batalla, y los mataron a todos desde el
primero al útlimo. Ni uno tan sólo de los veinte mil cristianos se salvó.
Unos fueron atravesados con lanzas, otros degollados con espadas, éstos
partidos con hachas, aquéllos acribillados con saetas y venablos, unos
sucumbieron a garrotazos, otros fueron desollados vivos con cuchillos, otros
quemados al fuego y otros, en fin, colgados de los árboles. Allí murieron
todos los caballeros excepto Rolando, Balduino, Turpín, Tedrico y Ganelón.
Balduino y Tedrico, dispersos por los montes, se escondieron primero y huyeron más
tarde. Entonces los sarracenos retrocedieron una legua.
Podria
preguntarse ahora por qué permitió el Señor que los que no habían fornicado
con las mujeres encontraran la muerte con los que se embriagaron y fornicaron.
En verdad, permitió el Señor que encontrasen las muerte los que no se
embriagaron ni fornicaron, porque no quiso que volviesen más a su patria para
que por acaso no incurriesen en algunos pecados. Ya que quisootorgarles por sus
trabajos la corons del reino celestial mediante su muerte. Los que habían
fornicado permitió que encontraran la muerte, porque quiso borrar sus pecados
mediante su muerte en combate. Y no debe decirse que Dios celmentísimo no
remunerase los pasados trabajos de quellos que en su última hora invocaron su
nombre confesando sus pecados. Aunque fornicaron, murieron sin embargo por el
nombre de Cristo. No se permite, pues, más a los que van a combatir que lleven
sus esposas u otras mujeres. Pues algunos príncipes terrenos, como Darío y
Antonio marcharon al combate antiguamente en compañía de sus mujeres y ambos
murieron en él, Darío vencido por Alejandro, Antonio por Octaviano Augusto.
Por lo cual a nadie se permite llevar mujer al ejército porque es un estorbo
para el alma y para el cuerpo. Los que se emborracharon y fornicaron representan
a los sacerdotes y varones que luchan contra los vicios, a los que no está
permitido embriagarse y de ninguna manera cohabitar con mujeres. Porque si lo
hacen habitualmente, caídos quizá también en otros vicios, serán
desgraciadamente muertos por sus enemigos, es decir, por los demonios, y
llevados al infierno.
Así,
pues, como terminado el combate volviese Rolando solo hacia los paganos a fin de
explorar, y estuviese todavía lejos de ellos, encontró a un sarraceno negro,
herido de la batalla, escondido en el bosque, y tras cogerlo vivo lo dejó
fuertemente atado con cuatro cuerdas a un árbol. Entonces subió a un monte y
los observó y vió que eran muchos, y volvió atrás por el camino de
Roncesvalles por donde iban los que deseaban atravesar el puerto. Entonces tocó
su trompa de marfil, a cuyo toque se le reunieron unos cien cristianos, con los
que regresó a través de los bosques hacia los sarracenos hasta el que había
dejado atado, y prontamente le desató de sus ligaduras y levantó la espada
desnuda sobre su cabeza diciendo: Si vienes conmigo y me señalas a Marsilio, te
dejaré marchar vivo; si no, te mataré. Pues ahún no conocía Rolando a
Marsilio. En seguida marchó el sarraceno con él y le mostró entre los ejércitos
sarracenos, de lejos, a Marsilio con su caballo alazán y su escudo redondo.
Entonces Rolando lo soltó y animado al combate, recobradas las fuerzas con la
ayuda de Dios, con los que tenía consigo se lanzó de pronto sobre los
sarracenos y vió entre ellos uno que era de mayor estatura que los otros, y de
un solo tajo con su propia espada le partió por la mitad a él y a su caballo
de arriba a abajo, de forma que una parte del sarraceno y de su caballo cayó a
la derechza y la otra a la izquierda. Y cuando los sarracenos vieron esto,
abandonando a Marsilio con unos pocos en el campo de batalla, comenzaron a huir
por todas partes. En seguida Rolando, confiando en el poder divino, se adentró
entre las filas de sarracenos, derribandolos a derecha e izquierda, y alcanzó a
Marsilio que huía, y con la poderosa ayuda de Dios lo mató entre otros. En
aquella ocasión murieron en el mismo combate los cien compañeros de Rolando
que habían llevado consigo, y el mismo Rolando resultó herido de cuatro
lanzadas y gravemente golpeado a pedradas; apenas Beligando supo la muerte de
Marsilio abandonó con los sarracenos aquellos parajes. Tedrico, pues, Balduino
y algunos otros cristianos, se escondían como ya dijimos, dispersos y
aterrorizados por todo el bosque, otros en cambio atravesaban los puertos. Pero
Carlomagno con sus ejércitos ya habían traspasado las cumbres de los montes e
ignoraba lo acaecido a su espalda.
Entonces
Rolando, fatigado por tan gran batalla, lamentando la muerte de los cristianos y
de tantos héroes, angustiado por las grandes heridas y golpes recibidos por él
de los sarracenos, llegó solo a través del bosque hasta el pie del puerto Cize
y allí bajo un árbol y junto a un peñasco de mármol que se alzaba en un
ameno prado sobre Roncesvalles, descendió del caballo. Todavía tenía consigo
una espada suya de hermosísima factura, corte fortísimo, inflexible
resistencia y resplandeciente con su intenso brillo, que se llamaba Durandarte.
Este nombre se interpreta como "con ella da golpes duros", o bien como
"duramente golpea con ella al sarraceno", pues no puede romperse de
ningún modo. Antes fallará el brazo que la espada. Y habiéndola desenvainado
y teniéndola en la mano, exclamó con voz empañada por las lágrimas, mientras
la miraba :
-
¡ Oh ! hermosísima espada, de brillo nunca oscurecido, de armónicas
proporciones y fortaleza inquebrantable, de blanquísimo puño de marfil, espléndida
cruz de oro y dorada superficie; adornada con un pomo de berilo y esculpida con
la entrañable leyenda del
y
la
emblema
del inmenso nombre de Dios; de bien probada punta y aureolada con la virtud
divina ¿Quién usará en adelante de tu fortaleza ? ¿ Quién te poseerá luego
? ¿ Quien te tendrá y será tu dueño ? Quien te posea no será vencido, no
quedará atónito ni se mostrará timorato por miedo a los enemigos, no se
atemorizará por ninguna fantasía, sino que confiará siempre en la protección
de Dios, y se verá asistido por el auxilio divino. Tú destruyes a los
sarracenos, matas al pueblo infiel, enalteces la religión cristiana y procuras
la alabanza de Dios y la gloria y fama de todos. ¡ Oh ! Cuántas veces con tu
ayuda defendí el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, cuántas veces maté
enemigos de Cristo, cuántos sarracenos acuchillé y cuántos judios y demás
infieles destruí para exaltar la fe cristiana. Tú cumples la justicia de Dios
y arrancas del cuerpo el pie y la mano acostumbrados al robo. Cuantas con tu
ayuda arranqué la vida a un pérfido judío o a un sarraceno, otras tantas
pienso haber vengado la sangre de Cristo. ¡ Oh ! espada felicísima, de rapida
estocada, que no tuvo nunca par ni lo tendrá en lo futuro. Quién te fabricó,
ni antes ni luego hizo otra semejante. Nunca jamás pudo sobrevivir quién
resultó algo herido por ti. Mucho me duele si fueses a parar a manos de un
cobarde o apocado, y mucho más que te tocase algún infiel o sarraceno. Y tras
estas palabras, por temor de que cayese en manos de los sarracenos, dió tres
golpes con ella al peñón de mármol con la intención de destruirla. Peró ¿Qué
más? En dos trozos, de arriba a abajo se partió la roca y la espada de doble
filo quedó intacta.
Después
comenzó a atronar el espacio con los fuertes sonidos de su trompa, por si se le
reunían algunos de los cristianos que por temor a los sarracenos se escondían
en los bosques, o por si acaso regresaban a su lado los que ya habían pasado
los puertos y asistían a su muerte, se hacían cargo de su espada y su caballo
y perseguían a los sarracenos para combatirlos. Entonces tocó su trompa de
marfil con tal ardor y tanta fuerza, que se cuenta que la trompa se rajó por la
mitad con la violencia de su soplido y se le rompieron las venas y los nervios
del cuello. Y su sonido llegó entonces, conducido por los ángeles, hasta los oídos
de Carlomagno, que con su ejército se había detenido en Valcarlos, lugar que
distaba de Rolando ocho millas hacia Gascuña. Carlomagno quiso regresar en
seguida a su lado para auxiliarle, pero Ganelón, cómplice de la muerte de
Rolando, le dijo: No vuelvas atrás, mi rey y señor, pues Rolando acostumbra a
tocar la trompa todos los días por cualquier cosa. Ten la seguridad de que
ahora no necesita de tu auxilio, sino que por afición a la caza camina Rolando
persiguiendo alguna fiera por los bosques y tocando su trompa. ¡Oh! engañosa
respuesta ! ¡Oh malvado consejo de Ganelón, comparable a la traición del
traidor Judas ! Y como yaciese Rolando sobre la hierba de un prado y desease de
modo indecible un arroyuelo donde aplacar su sed, al llegar Balduino le indicó
que le trajese agua. Y éste, como buscase agua por todas partes y no la
encontrase, viéndole próximo a la muerte le bendijo y, temiendo caer en manos
de los sarracenos, montó en su caballo y, abando- nándoles, marchó tras el ejército
de Carlomagno. Y al marcharse aquél, llegó en seguida Tedrico, y comenzó a
llorarle mucho, diciéndole que fortaleciese su alma con la fe de la confesión.
Rolando
había recibido de un sacerdote aquel mismo día, antes de entrar en combate, la
Eucaritía y la absolución de sus pecados. Pues había la costumbre de que
todos los luchadores fortaleciesen sus almas con la Eucaritía y la confesión
recibidas de manos de los sacerdotes, obispos y monjes que allí estaban, en
combate. Entonces, elevando los ojos al cielo, Rolando, mártir de Cristo, dijo:
-
Señor mío Jesucristo, por cuya fe abandoné mi patria, vine a estas bárbaras
tierras para exaltar la cristiandad, gané, protegido con tu auxilio, muchas
batallas a los infieles y soporté innumerables golpes, desdichas, muchas
heridas, oprobios, burlas, fatigas, calores, fríos, hambre, sed y ansiedades:
en esta hora te encomiendo mi alma. Como por mí te has dignado nacer de Virgen,
padecer en la cruz, morir, ser sepultado, resucitar de los infiernos al tercer día,
y como quisiste subir a los cielos, que nunca abandonaste con la presencia real
de tu espíritu, así también dígnate librar mi alma de la muerte eterna. Yo
confieso que soy reo y pecador, más de lo que decirse puede; peró Tú que eres
clementísimo dispensador de todos los pecados y que te compadeces de todos y
nada de lo que hiciste odias, y que, disimulando los pecados de los hombres que
a Ti vuelven, das eternamente al olvido los crímenes del pecador el día en que
se vuelve a Ti y se arrepiente; Tú, que perdonaste a los nivitas, dejaste
marchar a la mujer cogida en adulterio, perdonaste a la Magdalena y ante las lágrimas
de Pedro lo absolviste, y al confesar el buen ladrón le abriste las puertas del
paraíso, no me deniegues a mí el perdón de mis pecados. Perdona cuanto de
pecaminoso hay en mí y dignate a reconfortar mi alma con el descanso eterno.
Pues Tú eres Aquel para quien nuestros cuerpos al morir no perecen, sino que
cambian en algo mejor; quien separas nuestra alma del cuerpo y la envías a
mejor vida, quien dijiste que prefieres la vida del pecador a su muerte. Creo íntimamente
y públicamente confieso que quieres sacar a mi alma de esta vida para, después
de mi muerte, hacerla vivir en otra mejor. Tendrá, en verdad, mejores sentidos
e inteligencia que ahora. En el cielo poseera tanto mejores cualidades cuanto la
sombra difiere del hombre.
Luego
se cogió con sus manos la propia carne a la altura de su pecho y de su corazón,
como el mismo Tedrico contó después, y comenzó a decir con lacrimosos gemidos:
-
Señor mío Jesucristo, Hijo de Dios vivo y de Santa María Virgen, de todo
corazón confieso y creo que Tú, Redentor mío, vives, y que el último día
resucitaré de la tierra, y que con esta misma carne te veré, Dios y Salvador mío.
Y
agarrando firmemente con las manos su carne aún lacerandosela, dijo por tres
veces:
-
Y con esta misma carne veré a mi Dios y Salvador. Y se puso las manos sobre los
ojos, y de igual manera dijo tres veces:
Y
estos mismos ojos le verán. Y abriéndolos de nuevo comenzó a mirar el cielo,
a fortalecer todos sus miembros y su pecho con la señal de la santa cruz, y a
decir :
-
Todo lo terrenal pierde valor para mí; pues ahora, con la gracia de Dios, veo
lo que el ojo no alcanza ni el oído percibe y no llega al corazón del hombre;
lo que Dios preparó para los que le aman.
Por
último, elevando sus manos al Señor, pidió también por los que murieron en
el referido combate, diciendo:
-
Muévase tu misericordia, Señor, por tus fieles que hoy han muerto en combate.
Desde lejanas partes vinieron a estas tierras bárbaras para combatir al pueblo
infiel, exaltar tu santo nombre, vengar tu preciosa sangre y declarar tu fe.
Ahora, pues, yacen muertos por ti a manos de los sarracenos; peró tú, Señor,
limpia clementemente sus manchas y dígnate arrancar sus almas de los tormentos
del infierno. Envíales tus santos arcángeles para que saquen sus almas del
lugar de las tinieblas y las lleven al reino celestial para que con tus santos mártires
puedan reinar eternamente contigo, que vives y reinas con Dios Padre y Espíritu
Santo por los siglos de los siglos. Así sea.
Y
en seguida, mientras se alejaba Tedrico, con esta confesión y estas preces, el
alma feliz del bienaventurado mártir Rolando salió de su cuerpo y fué
transportada por los ángeles al eterno descanso, donde reina y goza para
siempre, unida por la dignidad de sus méritos a los coros de santos mártires.
No es oportuno
llorar con vanos lamentos al hombre
Que
por su muerte a morar fué a la celeste mansión.
Noble de
antiguo linaje por padres y abuelos viniendo,
Más
por sus propios hechos sobre los astros está.
Distinguidísimo
y por su nobleza de nadie segundo.
Por
su vivir egregio era el primero siempre.
Cultivador de
los templos, su canto era grato a las gentes,
Y
medicina eficaz fué de los males patrios.
Vida del clero,
de viudas tutor y pan de indigentes,
Para
los pobres largo, pródigo en huéspedes fué.
Tanto en
sagradas iglesias y tanto gastó con los pobres,
Para
enviar al cielo oro del cual fuera en pos.
Con la
doctrina en el pecho, cual cofre lleno de libros,
Como
de fuente viva todos podían beber.
Sabio en
consejos y de alma piadosa y palabra serena,
Que
por amor ssería padre de todo el mundo.
Cima gloriosa
y ornato sagrado y fecunda lumbrera,
En
galardón del cual toda virtud milita.
Y que por méritos
tales llevado a la gloria celeste,
No
le oprime tumba, mora en la casa de Dios.
Pues
¿Qué más? Mientras el alma del bienaventurado mártir Rolando salía del
cuerpo y yo, Turpín, en el lugar de Valcarlos celebraba, con asistencia del rey,
la misa de difuntos en el mismo día precisamente, es decir, el 16 de junio,
arrebatado en éxtasis, vi unos coros que cantaban en el cielo, sin saber qué
era aquello. Y cuando atravesaron los cielos, he aquí que tras ellos pasó ante
mí una formación de negros guerreros, que parecían volver de una razia y
llevaban el botín, a quienes pregunté en seguida:
-
¿Qué llevais? Nosotros -dijeron- llevamos al infierno a Marsilio; a vuestro héroe
lo lleva con otros muchos San Miguel al cielo.
Entonces,
celebrada la misa, dije rápidamente al rey:
-En
verdad, rey, sábete que el alma de Rolando con las almas de otros muchos
cristianos, las lleva el arcángel San Miguel al cielo, pero desconozco en
absoluto de qué muerte murió. Y en cambio, los demonios llevan a los ardientes
infiernos el alma de cierto Marsilio, junto con las de muchos malvados.
Mientras
decía esto, apareció Balduino en el caballo de Rolando y nos contó todo lo
sucedido, y que había dejado a Rolando agonizante acostado junto a un peñasco
en el monte. Y luego volviendo atrás todos, con enorme griterío de todo el ejército,
fué Carlomagno el primero en descubrir a Rolando exánime, echado boca arriba,
con los brazos puestos en forma de cruz sobre el pecho; y echándose sobre él
comenzó a llorar con lastimeros gemidos y sollozos incomparables y con
innumerables suspiros, a golpearse las manos, a arañarse la cara con la uñas,
a mesarse la barba y el pelo, y no podía articular palabra. Y dijo llorando con
fuertes voces:
-
¡Oh! brazo derecho de mi cuerpo, barba la mejor, prez de los galos, espada de
la justicia, lanza inflexible, loriga incorruptible, escudo de salvación,
comparable en virtud a Judas Macabeo, parecido a Sansón, semejante a Saúl y
Jonatán por la fortuna de tu justa muerte, aguerrido paladín, el más diestro
en el combate, el más fuerte entre los fuertes, de linaje real, destructor de
los sarracenos, defensor de los cristianos, muralla de los clérigos, báculo de
los huérfanos, sostén de las viudas, apoyo de pobre y ricos, alivio de las
iglesias, lengua incapaz de mentir nunca, jefe de los galos, capitán de los ejércitos
cristianos, ¿por qué no muero contigo?; ¿por qué te veo muerto?; ¿por qué
me dejas triste e inane? ¡Desgraciado de mí! ¿Qué haré? Vive con los ángeles,
gozando con los coros de mártires, alégrate con todos los santos. Te lloraré
eternamente, como David lloró a Saúl, Jonatán y Adsalón, y se dolió por
ellos.
Tú retornando
a la patria nos dejas en un mundo triste;
Vas
a morar en la luz mientras aquí lloramos.
Con seis
lustros de vida de bien y además ochoc años,
Arrebatado
al suelo, junto a los astros vuelves.
Al regresar
convidado a las paradisíacas mesas,
Por
lo que gime el mundo gózase honrado el cielo.
Con
estas palabras y otras semejantes lloró Carlomagno a Rolando mientras vivió. Y
en seguida, en el mismo sitio en que yacía Rolando muerto fijó aquella noche
Carlomagno sus reales con su ejército, y ungió el cuerpo exánime con bálsamo,
mirra y áloe, y todos celebraron honrosamente grandes exequias con cánticos,
lloros y rezos, a su alrededor, encendidas luces y fuegos por los bosques
durante toda aquella noche.
Al
amanecer del día siguiente se dirigieron armados al lugar en que se había dado
la batalla y en que yacían muertos los combatientes de Roncesvalles, y cada uno
encontró a sus respectivos amigos, a unos completamente exánimes, a otros
todavía vivos, pero heridos de muerte. A Oliveros, que había pasado de esta
vida a otra mejor, le hallaron echado en el suelo extendido en figura de cruz
con cuatro palos fijos en tierra, atado fuertemente con cuatro cuerdas,
despellejado con cuchillo muy afilados desde el cuello hasta las uñas de los
pies y de las manos, atravesado por flechas, saetas, lanzas y espadas, y
rudamente apaleado y magullado. El clamor, el llanto y los gritos de los que se
lamentaban era inmenso, pues cada uno lloraba a su amigo. Con sus clamore
llenaban todo el bosque y el valle. Entonces, juró el rey por el Rey
omnipotente, que no cesaría de perseguir a los paganos hasta encontrarlos. En
seguida, mientras él con su ejército corría tras ellos, el sol se quedó
inmovil y aquel día se prolongó durante casi tres días, y los encontró junto
al río llamado Ebro, descansado y comiendo junto a Zaragoza. Después de matar
a cuatro mil de ellos, volvió nuestro rey con los suyos a Roncesvalles.
Pero
¿qué más? Trasladados los muertos, enfermos y heridos al sitio en que yacía
Rolando, empezó a averiguar Carlomagno si era verdad o no que Ganelón había
traicionado a los guerreros como muchos afirmaban. Puso, pues, en seguida para
pelear y si era verdad o no que Ganelón había traicionado a los guerreros,
como muchos afirmaban. Puso, pues, en seguida para pelear y esclarecer en el
campo de batalla la mentira o verdad de esto, a la vista de todos, a dos
caballeros armados:: Pinabel por Ganelón y Tedrico por sí mismo; y este último
mató en seguida a Pinabel. Y así demostrada la traición de Ganelón, mandó
Carlomagno que se le atase a los cuatro caballos más salvajes de todo el ejército
y se le arrastrase a todas partes a la vez y fuese descuartizado. En seguida se
le ató a cuatro caballos y los montaron sendo escuderos, que los aguijoneaban.
Uno, espoleando al caballo, arrastró parte de su cuerpo hacia oriente; otro se
llevó de igual manera hacia poniente otra parte; un tercero hacia el norte, y
el último hacia el mediodía. Y así murió Ganelón, descuartizado en todos
sus miembros.
Entonces,
sus respectivos amigos perfumaron con distintos aromas los cuerpos de los
muertos. Unos los ungieron diligentemente con mirra, otros con bálsamo, otros
con sal. Quien viera cuántos abrían por el vientre los cuerpos de muchos, y
limpiaban las heces, y al no tener otros perfumes los llenaban de sal, lloraría
con el corazón compungido.
Unos
hacían ataúdes de madera para transportarlos, otros los transportaban sobre
caballos, éstos se los llevaban a cuestas, aquéllos a mano, otros llevaban a
los heridos y enfermos en parihuelas sobre los hombros. A unos les enterraban
allí mismo, otros los llevaban hasta la Galia o a su propio lugar, otros los
llevaban hasta que entraban en putrefacción, y entonces los enterraban.
Y
había por entonces dos cementerios principalmente sagrados, uno junto a Arlés,
en Aliscamps, otro en Burdeos, que consagró el Señor por manos de los siete
santos obispos Maximino, de Aix; Trófimo, de Arlés; Paulo, de Narbona;
Saturnino, de Toulouse; Frontón, de Périgueux; Marcial, de Limoges, y Eutropio,
de Saintes, en los cuales la mayor parte de aquéllos fué enterrada. Y los que
murieron sin herida de espada, en la batalla de Monjardín, fueron enterrados en
estos cementerios, ungidos con perfumes.
Al
bienaventurado Rolando, transportado en féretro de oro sobre dos mulas y
cubierto de ricos paños, le llevó Carlomagno hasta Blaye, y le enterró
honrosamente en la iglesia de San Román, que él mismo en otro tiempo había
construído, y en la que había establecido canónigos regulares; y le colgó su
espada a la cabecera y su trompa de marfil a los pies, para honor de Cristo y de
su honorosa milicia. Pero alguien trasladó después indignamente la trompa a la
iglesia de San Severino, en Burdeos. ¡Feliz la riquísima ciudad de Blaye, que
se honra con tan gran huésped, se alegra con el solaz de su cuerpo y se
fortifica con su auxilio!
En
Berlín fueron enterrados Oliveros, Gandebodo, rey de Frisia, Ogier, rey de
Dacia, Arestiano, rey de Bretaña, Garín, duque de Lorena, y otros muchos. ¡Feliz
la exigua villa de Berlín, donde tantos héroes yacen! En Burdeos, en el
cementerio de San Severino, fueron enterrados Gaiferos, rey de Bourges, Gelero,
Gelino, Reinaldos de Montalbán, Gualterio de Termes, Guillermo, Bergón y otros
cinco mil. El cnode Hoel, con otros muchos bretones, fué enterrado en Nantes,
su ciudad. Así enterrados estos héroes y repartido en Nantes, su ciudad. Así
enterrados estos héroes y repartidas por la salvación de sus almas a los
pobres doce onzas de plata y otros tantos talentos de oro, así como ropas y
alimentos acórdandose Carlomagno de Judas Macabeo, por amor de Roldán, dió en
alodio para las necesidades de la misma iglesia toda la tierra que se extendía
en seis millas a la redonda de la iglesia de San Román de Blaye y toda la
ciudad de Blaye con todo lo que le pertenece, e incluso el mar que está junto a
ella; y mandó a los canónigos que en adelante no prestasen a ninguna persona
humana más deberes de servidumbre, sino que solamente en sufragio del alma de
su sobrino y de sus compañeros todos los años el día de su muerte vistiesen a
treinta pobres con todas las ropas necesarias y les diesen de comer, y que todos
los canónigos, tanto actuales como futuros, cantasen diligentemente y con
devoción treinta salterios y otras tantas misas con las vísperas y los demás
oficios completos de difuntos todos los años el día antes de su fiesta, no sólo
por ellos, sino también por todos los que en España hubiesen recibido el
martirio o lo recibieren en adelante por el amor divino, para que sus coronas
merezcan ser hechas partícipes de la gloria. Y ellos pometieron bajo juramento
que se haría esto.
Luego,
pues, Carlomagno y yo, saliendo de Blaye con algunas de nuestras fuerzas camino
de Toulouse, a través de Gascuña, nos dirigimos a Arlés. Allí, pues,
encontramos los ejércitos borgoñes, que se habían separado de nosotros en
Ostabat y por Morlaàs y Toulouse habían venido con sus muertos y heridos, a
los que en caballos, literas y coches los habían traído consigo allí para
enterrarlos entonces en el cementerio de Aliscamps. En el cual fueron enterrados
entonces por nuestras propias manos Estulto, conde de Langres, Salomón, Sansón,
duque de Borgoña, Arnaldo de Belanda, el borgoñón Alberico, Guinardo,
Esturmito, Atón, Tedrico, Yvorio, Berado de Nublis, Berenguer y Naimo, duque de
Baviera, con otros diez mil. El prefecto Constantino, trasladado por mar, fué
enterrado en Roma con otros muchos romanos y apulios. Y por sus almas dió
Carlomagno a los pobres en Arñés doce mil onzas de plata y otros tantos
talentos de oro.
De http://personal.readysoft.es/oborras/csantiago/libro4.htm